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MAYO DE 2017 - DISCO DEL MES:
SAMMATH - GODLESS ARROGANCE (2014)


 En los últimos meses he estado escuchando bastante música nueva, aunque ningún disco me ha llegado a cautivar de veras, de ahí que en lo que va de año todavía no haya comentado ninguna entrada de 2017. Lo más decente que he descubierto han sido los nuevos de Gorephilia y Sarcasm, que pese a tener puntos positivos e interesantes no consiguen conformar un todo realmente brillante y distintivo. Muchos otros discos entretienen sin convencer y, debido a su apuesta decidida por lo redundante y convencional, pasan por los pabellones auditivos sin pena ni gloria, como me ha sucedido con grandes promesas como Ascended Dead, Necroblood, Possession, Havukruunu o el último de The Ruins of Beverast. Álbumes malos como tal casi no he escuchado, salvo los de Venenum y Nokturnal Mortum, ambos insufribles, no porque no los haya a raudales, sino por la sencilla razón de que todo lo que escucho pasa una criba preliminar que me evita perder el tiempo en banalidades intrascendentes y excluye aproximadamente el 80% de los títulos que salen cada año. Por todo lo referido, para el mes de mayo deseo volver a un título más antiguo del que no hablé en su momento con la extensión y el detalle que merecía: el trabajo más reciente de Sammath. Los últimos discos de Kaeck y Serpent Ascending, que deathmetal.org proclamó como mejores álbumes de 2015 y 2016 respectivamente, gozaron de sendas reseñas en profundidad, pero el más destacado de 2014 aún estaba esperando la suya, razón por la cual este texto está destinado a explorar los motivos y características que hacen de Godless Arrogance una obra a todas luces sublime.


 A diferencia de las formaciones a las que debemos Stormkult y Ananku, ambas relativamente recientes, los orígenes de Sammath se remontan a mediados de los noventa, en un territorio que históricamente ha sido más proclive al death que al black metal como son los Países Bajos. La trayectoria de este grupo es una de esas historias infrecuentes de perseverancia y superación que aquí tanto nos gustan, en las que la fórmula inicial se va puliendo y depurando progresivamente con resultados cada vez más refinados y concretos, en lugar de echarse a perder en pos de fines comerciales poco después de los primeros atisbos de genialidad. Sin haber llegado nunca a convertirse en un gran nombre en el panorama más amplio del metal, o tal vez precisamente por ello, esta entidad neerlandesa capitaneada por Jan Kruitwagen, guitarrista, vocalista y único compositor, ha labrado su propio camino ajena a las modas y tendencias, y desarrollado su sonido alcanzando una y otra vez nuevas cumbres de intensidad y agresión, sin perder nunca la intencionalidad melódica subyacente a cualquier tipo de black metal, por extremo que sea. Desde un debut más colorido y fantasioso (Strijd), pasando por etapas intermedias más opacas y compactas (Verwoesting, Dodengang) hasta ascender a un estadio de suma violencia en estado puro (Triumph in Hatred), un repaso cronológico a su discografía puede leerse como la búsqueda permanente del siguiente peldaño de una misma escalera única e intransferible. En Godless Arrogance tenemos una perfecta síntesis concisa y esmerilada de todo lo realizado anteriormente, sin que el soplo inicial de belleza sumergida en la oscuridad haya llegado a perderse.


Sammath - Godless Arrogance (Hammerheart Records, 2014)


 El disco arranca a toda velocidad y arremete sin paliativos ni misericordia, un parámetro que se repite en la mayoría de los temas. En los primeros instantes se escucha lo que parece una hormigonera funcionando a pleno rendimiento, y no es hasta más adelante cuando uno empieza a distinguir los instrumentos y las intenciones que estos persiguen. Resulta perceptible que la batería no es programada, pero el empeño puesto en hacer que suene lo más mecánica posible crea una ambientación tan violenta como deshumanizada. Sobre esta base impenitente se desgranan oleadas de riffs cromáticos en alternancia con melodías simples cruelmente desfiguradas, similares a las que caracterizan los discos anteriores del grupo, con la diferencia de que aquí los parones son casi imperceptibles, y se limitan a pequeñas pausas con un crepitar de bajo distorsionado o escuetos remansos sin percusión pero sometidos a una tensión constante, a la manera de Antaeus, que no conceden tregua alguna al oyente y explican la corta duración del álbum. En alguno de los recesos, una de las dos guitarras se deja de oír y la otra sólo se escucha por un lado, lo que genera un tremendo efecto de expectación, como una leve frenada antes de volver a arrancar a todo gas. A lo largo de cada tema, las melodías fluyen y se transforman, interpretadas por un juego de guitarras que, lejos de funcionar en una jerarquía entre principal y rítmica, parecen repartirse igualitariamente los mismos segmentos, lo que refuerza la noción de unidad. Sin previo aviso, surge una melodía épica en mitad de la vorágine, flotando por encima de un campo de batalla en plena conflagración, camuflada y difícil de percibir, como una flor abriéndose en la oscuridad en medio de zarzas de alambre de espino, justo antes de que termine la canción sin que uno haya conseguido hacerse del todo a ella.


 La descripción proporcionada más arriba podría adecuarse a unos cuantos grupos del black metal más salvaje y a muchos de death metal moderno, pero la diferencia estriba en la manera magistral de alternar las fases e hilar cada tema de principio a fin. Lo que en otras formaciones es lineal y previsible aquí se muestra caótico y desigual, y la pulcritud cristalina que arruina gran parte de las producciones de brutal death no tiene aquí la mínima cabida merced al logrado esfuerzo por crear algo orgánico y unitario, que respira como una misma entidad y no se deja diseccionar con facilidad. Una vez el oyente ha penetrado la opacidad inicial, familiarizándose con las formas, se percata de que ninguna canción tiene exactamente la misma estructura de ritmos y secuencias, y detrás del aparente muro de sonido hay una auténtica diversidad que alberga mucha vida y fascina a quien escuche con atención. El equilibrio entre lo analógico y lo mecánico es excepcional, y la compenetración de ambos factores se asemeja a las maniobras de unos vehículos blindados combatiendo mientras sobre ellos arrecian las fuerzas de la naturaleza desatadas. La producción sombría y espesa hace que ninguno de los instrumentos se escuche por separado, voces incluidas, y da un empaque robusto y feroz al conjunto. El disco supone una radicalización tanto del propio sonido de Sammath, que nunca había sido tan agresivo, como del black metal en términos generales, tras muchos años transitando lejos de las aguas apenas exploradas en su momento por Zyklon B o Niden Div. 187. También constituye un verdadero paso adelante frente a la nostalgia recurrente del noventerismo, aun cuando sea positiva y meritoria, como en el caso de Tarnkappe o Sorcier des Glaces.



 Podría decirse que Godless Arrogance va más allá del black metal tal y como suele concebirse, puesto que pretende trascender las fronteras del género no de forma superficial ni mediante la incorporación de elementos foráneos, sino trabajando a nivel compositivo para forzar toda la radicalidad que la instrumentación habitual puede ofrecer, con el fin de transmitir sin eufemismos imágenes iconoclastas y de devastación absoluta mediante la expresión del poder y la agresión al más alto nivel. A pesar de las marcadas referencias bélicas, que en el metal no suelen tener un carácter literal, en Sammath no tiene cabida una ideología en sentido político a la manera del NSBM, pero sí en forma de resentimiento y rabia frente a los aspectos más neutralizadores del mundo moderno, así como de impulso por sobreponerse a un mundo despreciable, lo que no deja de constituir también una ideología, en un plano más individual o ético que político. En términos estrictamente musicales, el disco hace gala de una fórmula pulidísima, que termina de encuadrar y encajar lo que aún era excesivamente vago y disperso en Triumph in Hatred. Por fortuna subsisten reminiscencias del estilo empleado en Strijd, que sobresalen como los lienzos de cuadros de maestros flamencos expuestos a la intemperie en viviendas destripadas por los estragos de la II Guerra Mundial. El único punto negativo que podría señalarse es, al fin y al cabo, su relativa homogeneidad, sin embargo tanto su intensidad como su breve duración son paliativos suficientes para que nunca llegue a cansar. Como ya hemos mencionado, las canciones sí son realmente diferentes unas de otras, aunque ello no resulte evidente en las primeras escuchas, y las variaciones, pese a ser veladas por lo general, son constantes y profundas. No hay lugar por tanto para auténticos reproches, ya que indudablemente estamos ante una de las mejores obras de black metal e incluso de metal en general de lo que va de siglo, todo un martillazo en la cara tanto a una escena internacional complaciente y fútil como a un mundo hipócrita y repugnante, básicamente lo mismo que el black metal planteó inicialmente antes de convertirse alegremente en rock de estadio grotescamente comercial, con orquestas sinfónicas, influencias convencionales, postureos medio irónicos y otras fruslerías destinadas a todos los públicos. Sammath es puro espíritu del metal, y con este álbum se pone en cabeza de una liga en la que no hay espacio para muchos más.


Belisario, junio de 2017





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