¿Es posible aún una nueva revolución en el metal?


Los fans del metal con los que suelo interactuar podrían dividirse a grandes rasgos en dos grupos: por un lado, los fatalistas hipercríticos que sostienen que no ha salido nada decente desde 1996 y, por otro, los que reconocen que de diez o quince años para acá estamos viviendo un buen momento, una edad de plata incluso, al menos en el terreno del underground. Estos dos campos muestran posturas a menudo irreconciliables pero comparten dos premisas fundamentales: (i) el metal de antes fue el fundacional, y en general era de mejor calidad y (ii) desde 1996 (o 1999) no se ha hecho nada nuevo, aunque la valoración de esta última afirmación puede ser más positiva o más negativa, según quién la realice. Ambos bandos coinciden también desde hace tiempo en que potencialmente podría surgir un nuevo movimiento o corriente totalmente renovadora dentro del metal, pero lo cierto es que algo de esas características lleva ya casi tres décadas sin manifestarse. Ante este panorama, uno se pregunta: ¿queda todavía vida en el metal como para que pueda sorprendernos con una nueva revolución?

Para contestar a esta pregunta, en primer lugar es preciso reconocer algo en lo que sin duda los dos sectores que esbozamos previamente estarán de acuerdo: el metal es un género viejo. Esto quiere decir que, aunque esté muy vivo (en términos de grupos y publicaciones, no tanto de exposición global), ya está bien asentado, sus características no han variado mucho desde que terminaron de conformarse durante el largo período que engloba aproximadamente de 1970 a 1994. Lo que se ha dado desde entonces podría definirse como una “entropía”, en el buen sentido y en el malo: una multitud de grupos más o menos originales que crean su propia versión de estilos preexistentes, con un montón de subgéneros derivados que objetivamente carecen de la pujanza y la riqueza artística de las principales corrientes establecidas. Esto no es algo positivo o negativo de por sí, simplemente es un hecho, y quien lo considere inequívocamente como algo a lamentar haría bien en recordar que la década de 2010 y por ahora la de 2020 han sido mucho mejores que la de 2000 para el metal underground en su conjunto (el mainstream, por su parte, se echó a perder poco después de los ochenta).

¿Puede un género viejo engendrar nueva vida? Si por vida entendemos subgéneros totalmente nuevos que arrastren a la juventud como lo hicieron el rock o el heavy metal en décadas anteriores, la cosa está complicada. No es solo que los referentes queden muy lejos (los 60, 70 y 80), es que a la juventud actual ni siquiera le gusta el rock, como demuestra el hecho de que desde hace tiempo los bares y eventos guitarreros estén copados principalmente por la generación X y unos pocos milennials, mientras que la generación Z tiende sobre todo a formas musicales más recientes y cercanas a la electrónica y el hip hop (como el trap). Esto es natural, porque con excepción del puñado de melómanos trasnochados de turno al que pertenece quien suscribe, cada generación suele encariñarse con el tipo de música que está en boga durante sus años mozos. Con un público cada vez más envejecido y un plantel de músicos que se va reduciendo, sería muy difícil crear dentro del metal una nueva variante musical, cosa que suele surgir del entusiasmo juvenil y de una exposición masiva.

¿Qué le queda entonces al metal? Seguramente seguir desarrollándose de forma lineal y a pequeña escala, como lo lleva haciendo en los últimos lustros, aportando nuevas perspectivas pero sin llegar a sacudir ni cuestionar lo establecido. Los géneros longevos tienen una larga tradición en la que reflejarse, lo que supone un gran acervo de enseñanzas y recursos pero también un código que debe ser conocido y en gran medida respetado, lo cual por lógica induce a un conservadurismo más o menos explícito en las formas. Lo previsible sería que el metal siga el camino de otros géneros más antiguos y lejanamente emparentados, como el jazz o el blues, que siguen vivos pero como música de nicho, con algunas novedades periódicas buenas y personales pero nada que se asemeje a una revolución. De hecho, la mayoría de grupos de metal más recientes que se presentaron como algo absolutamente rompedor se han pasado más pronto que tarde a otros géneros, o bien han terminado siendo una anomalía exótica sin excesiva trascendencia.

¿Es esto algo negativo? Cualquiera podría pensar que sí, vista la importancia que tantos fans y críticos conceden a la “evolución” como factor determinante, aunque cabría también defender lo contrario, porque afirmar que el metal es un género viejo que seguramente no pueda dar lugar a una nueva revolución no es tanto un juicio de valor como una mera constatación biológica. Los géneros musicales son un poco como seres vivos que nacen, se desarrollan y mueren, y aunque desde hace décadas permanezcan los discos grabados como testimonio del buen hacer de determinadas formaciones que ya no existen, la diferencia entre los géneros que están vivos y los que no lo están queda bastante clara. Los fans del metal tienen la suerte de que su música predilecta goce actualmente de una madurez bastante lozana y activa, en términos de publicaciones, conciertos y seguimiento, de la que no pueden quejarse demasiado, vistos los estragos sufridos a finales de los 90 y principios del siglo XXI. De nuevo esto se aplica principalmente al underground, ya que el mainstream se debate entre una veneración estática a los clásicos y una fusión con el rock y el pop electrónicos que lo convierten en otra cosa.

¿Es esta madurez relativamente digna un consuelo gratuito? ¿Dónde quedaron todas aquellas esperanzas depositadas año tras año en una renovación del metal que lo hiciera evolucionar hasta un nivel superior a todo lo hecho anteriormente? Aunque se pueda admitir que las “limitaciones” en términos de intensidad y velocidad sean subjetivas y teóricamente aún podrían superarse, lo cierto es que eso no ha ocurrido desde finales de los noventa. Es difícil decir si ello se ha debido principalmente a que los grupos posteriores no han sido capaces o a que no les ha interesado hacerlo, y en este ámbito la elucubración tampoco arroja demasiada luz. Lo que sí sabemos es que todas las formaciones realmente buenas que han surgido desde aquellas fechas han aportado algo propio sin renegar del legado previo, a diferencia de lo que hizo en buena medida el thrash con el heavy metal y, sobre todo, el black con el death metal. La obsesión con una evolución “necesaria” impide ver en ocasiones que, aunque muchos de los grupos posteriores más destacados no hayan sido tan fundacionales como los de la etapa anterior, no se les puede acusar de ser blandos ni genéricos, o de no tener ideas.

La historia del metal es la que ha sido y eso no se puede cambiar, por mucho que uno lo desee (y menos aún si no se es músico, como le ocurre a quien suscribe). Aunque la tiranía de la evolución como criterio pueda inducirnos a pensar que el metal está creativamente en su lecho de muerte, lo cierto es que el underground vibrante que sigue floreciendo en casi todas las latitudes no da señales de que vaya a quedarse sin cuerda pronto. Además, conviene recordar que también es “evolución” lo que se ha producido en el mainstream a medida que ha ido rompiendo parcialmente con el pasado para mezclar el metal con géneros más populares y acabar desvirtuándolo, en especial con el “pop metal” de los sellos más grandes. Por todo lo dicho, una eventual revolución en el ámbito del underground sería algo altamente improbable, pero a la vista de las evoluciones menos positivas que se han producido y siguen produciéndose en la actualidad, tal vez no sea tan malo seguir empleando las formas antiguas, que visiblemente aún sirven para expresarse con riqueza y contundencia a la vez.

Belisario, marzo de 2024

Escuchando: Hinsides – 2023 – Hinsides H​ö​rs Dj​ä​vulsklockans Urklang


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