¿El metal es de derechas?


Cuando uno se encuentra en una conversación informal con gente no afín en el terreno musical es bastante habitual que, al manifestar un gusto por el metal extremo, en particular por el black metal, la siguiente pregunta sea invariablemente “¿pero esos no son nazis?”. La respuesta que se puede dar tiende a ser alambicada, porque si bien uno puede explicar que la mayoría de grupos no lo son, no deja de ser cierto que hay unos cuantos muy llamativos que sí obedecen a ese calificativo, por lo que nos vemos obligados a ofrecer una explicación conciliadora que no suele despejar del todo las dudas de quienes preguntan. Más tarde, ya en soledad, uno reflexiona sobre lo complejo que es dar una contestación clara en este asunto, y se rinde a la evidencia de que, aunque la mayoría de grupos de metal no sean abiertamente ultraderechistas, sí que existe cierto halo más o menos sutil de derechismo en su idiosincrasia y sus valores. ¿Quiere eso decir entonces que el metal es, por su naturaleza y características, un género musical de derechas? Otros autores afines han dado su opinión al respecto, nosotros también queremos hacerlo aquí.

En términos numéricos, la respuesta debería ser que no. Si calculamos el porcentaje de formaciones que se autoidentifican como derechistas (generalmente de extrema derecha) dentro del conjunto, el resultado es muy minoritario incluso dentro del black metal, el género en principio más proclive a ello. Cierto es que hay grupos que son ambiguos o no se posicionan claramente, y otros que manifiestan expresamente su “apolitismo”, en general debido a presiones externas que les acusan de lo contrario, pero quienes sostienen ideas políticas ubicadas en el espectro derechista suelen ser una minoría escasa, aunque algunos de ellos, como Varg Vikernes, Peste Noire o determinados personajes de las escenas de Europa del Este, tengan mucha repercusión mediática. Pero incluso quienes no se posicionan políticamente pero no tienen reparos en colaborar o compadrear con neonazis declarados no parecen tener tanta afinidad en la esfera estrictamente política como en unos valores compartidos, al menos a juzgar por lo que se percibe en su producción artística. Estaríamos pues hablando de una ideología en sentido amplio, más allá de la lógica de partidos.

Por “ideología” entendemos algo más similar a un credo que a una postura política, una serie de valores vagamente compartidos por el conjunto de los artistas y los fans. Decimos bien “vagamente”, no sólo porque para cada individuo dichos valores signifiquen algo distinto, sino porque los propios símbolos y referentes albergan una gran ambigüedad. Por su propia naturaleza, los símbolos no se definen claramente, y eso es lo que hace que sean tan sugerentes y poderosos, porque su influencia potencial es mayor. El arte se nutre de la multiplicidad de interpretaciones, y por ello encierra contradicciones tan grandes que hacen que, en el caso del metal, ninguno de sus subgéneros pueda abordarse desde la literalidad, por inofensivos que parezcan sus mensajes. No obstante, tampoco es posible despachar la presencia de valores subyacentes como algo impostado o sin consecuencias, como parecen desear aquellos que pretenden desterrar del metal cualquier peligro potencial de tipo político.

Al abordar esta cuestión es fundamental reconocer la importancia de la naturaleza romántica del metal como fenómeno artístico. Esta puede observarse en todo su esplendor en el black metal, seguramente el género más ideologizado, pero también se encuentra en el death metal en una variante más difusa y nihilista, y obviamente en el thrash y heavy metal que los precedieron. Al igual que los romanticismos inglés, alemán y francés que sacudieron música y literatura entre los siglos XVIII y XIX, el metal en su conjunto está claramente inspirado en valores que se apartan de lo racional y buscan la emoción y la esencia: naturalismo, maniqueísmo, nacionalismo, historicismo, heroísmo, individualismo y atavismo. Pese a que ninguno de estos factores se materialice siempre de forma inequívocamente conservadora o reaccionaria desde un punto de vista político, sí es cierto que todos ellos se encuentran englobados dentro de muchas cosmovisiones de ese signo y, sobre todo, están muy alejados del ideario universalista, progresista o revolucionario, que caracteriza a las izquierdas. Las reacciones izquierdistas a esto, por lo general muy recientes (RABM), se han constituido como mero rechazo a esta naturaleza del género, una de las razones por las que artísticamente no han llegado demasiado lejos.

Un buen ejemplo de lo que definimos como ideología podría ser la del polaco Rob Darken, de Graveland. Este conocido músico ha expresado en múltiples ocasiones, sobre todo en entrevistas más antiguas, opiniones que podríamos calificar como racistas o derechistas, pero eso no debería justificar que se le tilde automáticamente de ultraderechista convencido y, sobre todo, coherente con una orientación concreta. En su producción artística ha explorado temas relacionados con la historia, lo heroico o lo atávico, pero más como conjunto de valores o intereses que a modo de perspectiva política. En el fondo, sus ideas políticas quizá no sean más radicales que las de cualquier otro paisano suyo de sensibilidad conservadora. Otro ejemplo más extremo sería el de Legion of Doom, un grupo griego que sí ha manifestado su adhesión a la ideología nacional-socialista, pero de la cual no se encuentran trazas evidentes en su producción musical, sencillamente porque su postura artística no es esencialmente política. Esa es la gran diferencia con otra formación del mismo país como Der Stürmer –además del abismo cualitativo que los separa–, que ha hecho de la política su eje, y como tal ofrece un mensaje claro, sin ambages ni ambigüedades, que resulta tan burdo como su propia música.

Hay quienes dicen que cualquier mensaje es político, pero si eso fuera cierto entonces ninguno lo sería de veras, porque no podrían distinguirse los grados ni la verdadera intencionalidad política. Esto último constituye para quien suscribe el criterio más importante a la hora de distinguir una obra política de otra que no lo es, al menos conforme a la voluntad de su autor. De las obras explícitamente políticas uno no puede sacar una lectura apolítica, pero las que no lo son generalmente se centran en algo distinto que, pese a tener tal vez vínculos tangenciales con ideas políticas, adquiere preeminencia sobre el resto de consideraciones. Eso explica que este autor no tenga tantos reparos como parecen tener otros, sobre todo en la esfera anglosajona, a la hora de abordar o incluso promover grupos sospechosos de vínculos con la extrema derecha, porque lo más importante si estamos hablando de música debería la obra y la intención manifiesta, no la visión política que presuntamente hay detrás, sobre todo si no tenemos indicios sólidos al respecto. A menos que el grupo la haga explícita, como en el caso mencionado de Der Stürmer, entendemos que lo que debería primar en la recepción es la naturaleza de la obra en sí, por encima de las consideraciones sobre los autores de la misma.

En ocasiones, además, el gran público se equivoca y, espoleado por el ánimo de corregir injusticias y atajar discursos de odio, califica de político algo que realmente no lo es, aunque exista una supuesta base para establecer esa relación. El ejemplo de Marduk es significativo: una formación que jamás ha hecho apología de la extrema derecha, que nunca ha figurado entre los grupos de NSBM ni tenido vínculo alguno con dicha escena se ve regularmente acusada de nazismo por su interés temático por la Segunda Guerra Mundial. Cualquier persona familiarizada con el grupo o que haga un poco de investigación sabrá que esos reproches son totalmente infundados, pero cada poco tiempo vuelven a surgir desde el sector más mainstream de los fans del metal. La ola de reivindicaciones sociales que sacude la esfera de la cultura desde hace ya un par de lustros también ha tenido y sigue teniendo repercusiones en el ámbito del metal, aunque no deje de resultar un poco absurdo exigir a grupos que cantan sobre muerte y destrucción que sean políticamente correctos en sus declaraciones. Estamos hablando en general de un público más joven o con menos conocimiento, lo que hace que confunda las ambigüedades e indefiniciones con un apoyo tácito a tendencias tildadas de “incorrectas”.

El sector underground, en cambio, suele funcionar de otra manera. Lo normal, al menos hasta hace poco, es que no se otorgue tanta importancia a la faceta ideológica pura en solitario, sino que se valore el conjunto de la expresión artística. Un grupo puede ser racista, como Arghoslent, o bien de ideas radicales de izquierda, como los primeros Napalm Death, pero lo importante es que su música funcione y exprese algo digno de ser tenido en cuenta. En una forma muy curiosa y sorprendente de lo que podríamos llegar a denominar “tolerancia”, no importa tanto quiénes sean los individuos y qué piensen como que su música esté a la altura, algo que no funciona para el resto de ámbitos de la sociedad. Se podría decir que la posible “peligrosidad” del mensaje queda en segundo plano, sometida a otras consideraciones cualitativas, un planteamiento que a este autor le resulta más interesante y pragmático que exigir primero las credenciales ideológicas a cada artista para luego comprobar si merece la pena o no. Esto probablemente tiene que ver con la esencia indómita y salvaje que define al género, algo no siempre fácil de aceptar por quienes no comulguen con esa idea de libertad absoluta y no estén acostumbrados a practicarla. Se acusará tal vez al autor de estas líneas de hipocresía por justificar de esta forma su apoyo a músicos con ideologías reprobables (confirmadas o no), pero este se defenderá sosteniendo que es más hipócrita profesar admiración y respeto por un género mientras se niega de raíz uno de sus elementos constitutivos más básicos, como es el conservadurismo entendido en un sentido amplio.

Aunque el planteamiento no sea del todo exacto, como hemos visto en los párrafos anteriores, podríamos ir acotando este debate admitiendo que el metal es más bien de derechas, pero más como ideología o forma de pensar que como opción política en sentido estricto. Sus valores, que promueven la identidad, la autonomía individual, el conflicto y el orden –valgan las contradicciones–, son claramente más propios de una visión conservadora de la existencia. ¿Qué ocurre entonces con quienes sean fans acérrimos del metal pero no compartan ese credo en el terreno político? Algunos parecen mostrar cierto complejo o sentimiento de culpa, algo comprensible si entendemos la magnitud de la dicotomía. Otros pretenden negar esa naturaleza o bien optan por convertirse en guardianes de la pureza señalando cualquier cosa que se desvíe de sus rígidas directrices morales, que por lo general no tienen mucho que ver con cómo funciona el metal, al menos a nivel underground. Sea cual sea el enfoque adoptado para enfrentarse a esa contradicción, lo cierto es que nunca desaparece del todo, ni se puede resolver u obviar de forma definitiva, porque es una tensión siempre latente, pero esto no es algo forzosamente negativo o perjudicial.

El metal es una forma de arte conservadora, sí, pero también compleja y paradójica en muchos aspectos, y obviamente el hecho de no ser de derechas no debería ser un escollo insalvable para poder disfrutarla. Es más, la identificación habitual que se hace con el metal como género conservador, masculino, heterosexual y blanco es, más que una norma, un mero reflejo del origen del género y de su público y personal mayoritarios hasta fechas recientes. No en vano, estamos hablando del género que convirtió en su Dios a un gay declarado (Halford), que desde el primer momento dejó sitio para las mujeres entre sus filas (Derkéta, Mythic, Nuclear Death) y que no ha tenido problema en contar con músicos negros en formaciones destacadas (Blasphemy, Suffocation, Mystifier), debiéndoles el respeto que ellos mismos se han ganado. En el metal, a diferencia de otras instancias de la sociedad, el respeto no se garantiza de antemano sino que hay que labrárselo, lo que genera una especie de meritocracia que funciona sorprendentemente bien y tal vez explique la frecuencia relativamente escasa con la que se producen incidentes en los ambientes metaleros, con esa extraña forma de tolerancia que funciona tanto en lo relativo a la ideología de los grupos como a la identidad de los individuos.

La clave a la hora de abordar sin reparos este género estriba, en opinión de quien suscribe, en distinguir entre intención política e ideología en sentido amplio. Es difícil que quien sea de izquierdas pueda comulgar con grupos que hayan hecho del mensaje político de ultraderecha su razón de ser, pero tal vez no tenga tanto problema, por ejemplo, con aspectos ideológicos que apunten hacia el individualismo, la identidad o el atavismo, porque esos son valores que se manifiestan y tienen sentido más allá del terreno estrictamente político. A esos efectos, no estamos hablando tanto de una contradicción como de una complejidad o disparidad de inclinaciones, algo perfectamente humano y normal. De hecho, a las personas de sensibilidad progresista el metal puede incluso aportar una dimensión y un ámbito de pensamiento con los que normalmente no interactúan, de tal manera que lo que inicialmente parece un defecto del género se convierte finalmente en virtud. El metal no se puede concebir sin una esencia que, ya ha quedado claro, es conservadora, pero esa identidad se manifiesta de formas muy amplias y diversas, ofreciendo una gran riqueza y multiplicidad de interpretaciones y, no lo olvidemos, tampoco se puede obviar ni camuflar porque está indisociablemente vinculada con el resto de características.

Escuchando: Apokatastasis – 2023 – The Consecratory Secretion


7 respuestas a “¿El metal es de derechas?”

  1. Bravo!

    Una discusión muy al punto y a la vez detallada .

    Hablamos aquellos que en una mano tenemos el Rivolta Contro Il Mondo Moderno de Evola en una mano, y el Erotism de Bataille en la otra… ninguna de las cuales forma parte de nuestra «cosmovisión personal».

    A las mentes más obtusas que no logran comprender que de todo lo bueno se puede aprender algo sin «ser parte»… Bah!

  2. Gracias, me ha gustado mucho este artículo. Me considero una persona más o menos conservadora y últimamente he tenido conflicto ya que percibo a la mayoría del metal como de izquierda, pero tu artículo me ha hecho ver que las cosas no siempre están tan claras, y hay que ver primero el mensaje y la intención antes del foco ideológico.

    Toda esa confusión me causaba disonancia cognitiva cuando escuchaba bandas más izquierdistas como Kreator o Sepultura, peor si analizamos parte de su contendido lírico, como por ejemplo el individualismo (No Reason To Exist de Kreator o Inner Self de Sepultura) nos podemos dar cuenta que paradojicamente (y pesr que a las mismas bandas les moleste) encuentras un mensaje que apunta más hacia la derecha en el sentido filosófico.

    • Pues ya ves, como has podido leer yo tengo la impresión opuesta, siempre me ha parecido que el metal en general es más de derechas, pero cuando uno empieza a rascar la realidad resulta más compleja y también más interesante.

      Me alegra que el artículo te haya gustado y te haya servido para reflexionar. ¡Un saludo!

      • Bueno sí, quizás como dices si analizamos la filosofía y mensaje en general del metal si se pueda asemejar más a una ideología conservadora. Me refería más bien al aspecto superficial, muchas bandas últimamente adoptan una postura izquierdista y eso se puede percibir mucho también en los medios y prensa, pero como dices, analizando más a fondo ves la situación de otra manera.

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