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MAYO DE 2018 - DISCO DEL MES:
AMORPHIS - THE KARELIAN ISTHMUS (1992)


 A menudo me veo volviendo a discos clásicos que no escuchaba desde hace años, no sólo para disfrutar de su vigencia inalterable sino, últimamente, en busca de canciones que todavía no hayan sonado en nuestro programa de radio. Oír un álbum con este fin es algo distinto a hacerlo por puro placer, y también difiere no poco de la escucha con objeto de elaborar una reseña. Esta distinción entre tres métodos de escucha me trae a la mente la clasificación en tres niveles establecida por Aaron Copland, con la que podría compararse a grandes rasgos. Si el “nivel sensual” corresponde al simple disfrute sin mayores consideraciones, el “nivel expresivo” podría asemejarse al acto de escoger una canción entre las demás por su elocuencia, ejemplaridad o poder, lo que nos dejaría con un “nivel estrictamente musical” paralelo a la tarea de analizar un disco por escrito tratando de describir y desentrañar sus estructuras, mecanismos y características explícitas e implícitas. Abordar una pieza musical a este nivel exige que ésta sea lo suficientemente rica en contenido como para justificar un análisis extenso y pausado, y por eso, cuando no ha llegado a mí ninguna edición reciente que responda a esos rasgos, suelo recurrir a los clásicos, de los que siempre es posible extraer un nuevo brillo por mucho tiempo que pase. El escogido este mes es una de mis reescuchas más recientes, The Karelian Isthmus, el debut de los finlandeses Amorphis, considerado por algunos uno de los mejores discos de death metal de la historia. Como le ocurrió a muchos otros grupos de la primera época, incluyendo compatriotas suyos como Xysma o Sentenced, al empezar a acariciar una cierta fama cambiaron rápidamente de estilo para aproximarse al rock, con resultados bastante inspirados en un primer momento (Tales from the Thousand Lakes), que muy pronto degeneraron en un hard rock anodino y trivial en cuanto el éxito se les subió a la cabeza (a partir de Elegy) y vieron cómo se abría ante ellos la posibilidad de hacer carrera en el mundo de la música con mucho menos esfuerzo del realizado hasta entonces. No obstante, lo que un grupo haga a posteriori no empaña las virtudes de su producción previa, y este es un perfecto ejemplo de ello. Es preciso puntualizar que, en este caso, lo que me interesa al volver a este álbum no es tanto lo bueno que sea, ni lo que hace que me apetezca escucharlo en un momento determinado o incluirlo en la lista de canciones del programa, sino más bien averiguar en qué consiste su calidad objetiva y cómo ésta se manifiesta, una tarea que requiere un poco más de reflexión.


Amorphis - The Karelian Isthmus (Relapse Records, 1992)


 El primer nombre que viene a la mente al abordar este disco es Bolt Thrower. La influencia de esta formación sobre los jóvenes Amorphis y sobre el primigenio death metal finlandés en general es omnipresente, y revela un sorprendente grado de unidad y cohesión estilísticas en los grupos pioneros de esta parte del mundo, al menos inicialmente. El empleo de motivos sencillos que se repiten una y otra vez acompañados por una percusión básica pero cambiante es el rasgo más reconocible de esta filiación. Sin embargo, se perciben también retazos de influencias provenientes de Suecia, que por aquel entonces tenía ya una escena totalmente desarrollada. En último término, éstas se remontan a Autopsy, que fue la fuente de inspiración de Nihilist, Carnage y muchos de sus herederos, y se materializan sobre todo en partes rápidas con rasgueo rítmico de cuerdas y una intensa distorsión. La mezcla de ambos estilos otorga al incipiente grupo helsinguino una amplia paleta de elementos muy sencillos pero suficientemente diversos con los que construir su propia música, pero todavía encontramos un tercer aporte, que aparece principalmente en el gusto por los riffs melódicos de marcado origen heavy metal: Therion. De esta formación, Amorphis toma prestada una rimbombancia y un gusto por los arreglos que explican en parte su posterior deriva más mainstream, pero debemos puntualizar que no se trata de añadidos posteriores, sino que estaban presentes desde el comienzo y contribuyen en gran medida a configurar un sonido propio y original. Éstos son en esencia los componentes fundamentales de la fórmula que aquí diseccionamos, a los que se suma una voz muy al estilo de Karl Willetts, es decir, un rugido ronco y potente relativamente inteligible, a pesar del inglés algo renqueante y la pronunciación irregular de aquellos tiempos, que ahora parecen tan lejanos, en los que los jóvenes de Finlandia hablaban mejor sueco o alemán que inglés. En comparación con lo que vendría después, el teclado apenas se usa, y las melodías provienen casi exclusivamente de las seis cuerdas, en un ejemplo preclaro de cómo un cuarteto resulta más conciso y eficiente centrándose en lo esencial que un sexteto con sobreabundancia de instrumentos, como le ocurre al grupo en la actualidad. Los solos son casi inexistentes, pero sí abundan los riffs rotundos y memorables, que en algunas ocasiones, como en “Grail's Mysteries” y “Exile of the Sons of Uisliu”, se adaptan incluso a la temática, adquiriendo sonoridades célticas en una curiosa y acertada adecuación de la forma al fondo totalmente pertinente. En este último ejemplo, la estructura es tan ligera y las melodías tan tarareables que prácticamente cabría hablar de un "single" en el sentido de la música más comercial, si no fuera porque la canción está sólidamente imbricada en el resto del disco. En estas derivas más accesibles se anuncia quizá el futuro más popular y facilón del grupo, que pronto pasaría a convertirse en uno de los grandes nombres del heavy-rock finlandés de exportación masiva.



 Como hemos visto, no hay nada en este álbum que sea realmente original, y las influencias son relativamente fáciles de rastrear. Lo verdaderamente destacable es la manera en que se emplean los recursos enumerados anteriormente. Los cambios de un riff a otro o de una sección a la siguiente son muy evocadores y logrados, y denotan una gran aptitud para la visión de conjunto. Por medio de pequeñas variaciones de ritmo y mutaciones de los acordes, que aportan amplitud y dinamismo, se genera un efecto mucho mayor de lo que su naturaleza simple y ligera podría sugerir. El método de repetición de una misma frase a distintas velocidades, característico de Bolt Thrower, se convierte aquí en un caleidoscopio de formas cambiantes emparentadas entre sí, que mantiene la coherencia al tiempo que permite respirar a la composición. Otra virtud de esta música es saber diferenciar y estructurar las distintas partes de cada canción, evitando reiterar ningún elemento más de lo necesario. Naturalmente, hay motivos recurrentes que regresan en algún momento, pero nunca se transmite la sensación de estar volviendo al punto de partida, siempre hay alguna pequeña modificación que señala que estamos pisando terreno desconocido, a pesar de las semejanzas. Todo esto redunda en una apariencia de homogeneidad que abarca el disco entero, exceptuando la última pista, recuperada de las primeras grabaciones de Abhorrence, la formación de la que surgió Amorphis, similar en esencia pero con un sonido más sucio y pesado. No obstante, ni siquiera esta adición podría interpretarse como un tema de relleno, ya que su calidad está al mismo nivel. De hecho, no hay relleno como tal en toda la duración del disco, que a cada instante demuestra una eficacia máxima, si por “eficacia” en términos musicales entendemos la adecuación de los recursos a aquello que se desea expresar. En este caso, se trata de historias de resignación y conflicto ancladas en un trasfondo vagamente nacional (de ahí la referencia al Istmo de Carelia), con unas letras en un inglés asequible que abordan ideas no exentas de profundidad, como por ejemplo la manera en que el Cristianismo se alejó de Dios al masacrar a los paganos ("The Lost Name of God"). Como ya hemos mencionado, a partir de elementos muy básicos el grupo es capaz de articular piezas concisas, épicas y variadas, que además de ser acordes con el mensaje resultan suficientemente distintivas y reconocibles. En términos de efectividad de la fórmula, no estamos muy lejos de lo que podríamos calificar de perfección, en pie de igualdad con otro titán como lo es el debut de sus paisanos Demigod, de ahí la relevancia y el estatus imperecedero de este clásico del death metal de todos los tiempos.


Belisario, agosto de 2018





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