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ENERO DE 2016 - DISCO DEL MES:
ARGHOSLENT - GALLOPING THROUGH THE BATTLE RUINS (1998)


 Para esta primera reseña de 2016 quiero comentar uno de los mejores discos que he escuchado últimamente, reeditado recientemente por Drakkar Productions, que ha tomado la sabia decisión de respetar el master original. El álbum en cuestión data de 1998, y constituye el debut en larga duración de Arghoslent, un veterano grupo americano que existe desde 1990 y es tan difícil de categorizar como de abordar desde un plano estrictamente musical. Lo primero se debe al hecho de que, a pesar de estar etiquetada como death metal, su música es más bien un speed metal clásico con elementos más modernos que conforman una fórmula tan potente como original. Lo segundo responde a la mala prensa de la que ha sido y es objeto esta formación desde sus comienzos, debido a sus letras y postura inequívocamente racistas y antisemitas. A menudo se habla de Arghoslent únicamente en base a este último punto, algo a todas luces imposible de obviar, pero que no debe hacernos olvidar que se trata de un grupo de música, no de una organización política, y en términos musicales estamos ante una propuesta de una calidad tan elevada que al menos un servidor no está dispuesto a dejarla de lado por meros criterios de corrección política (sobre este punto me extenderé más adelante, de hecho es una de las razones por las que he decidido comentar este disco). Conocía la formación por el nombre desde hacía tiempo, pero como me sucede con tantas otras, no me he lanzado a descubrir su música hasta que no he leído una crítica claramente positiva al respecto a través de una fuente fiable, la mejor forma de no perder el tiempo en fruslerías. Es muy posible que, por sus connotaciones, este disco no sea para todo el mundo, pero tampoco el auténtico metal extremo lo es, por mucho que algunos modernos iluminados y los grandes sellos que los apoyan se empeñen en convertir el metal en un rock alternativo tan vendible como inofensivo.


Arghoslent - Galloping Through the Battle Ruins (Wood-Nymph Records, 1998,
reeditado en 2015 por Drakkar Productions)


 Pese a la etiqueta de death metal melódico que le ha sido adjudicada, el estilo de Arghoslent bebe directamente del heavy metal de los ochenta, principalmente del proto-speed metal de grupos como Running Wild o Mercyful Fate. La poderosa voz inequívocamente death metal así como otros elementos, como la agresividad de la batería, son sin duda influencia del metal posterior, pero la base es más heavy que otra cosa, y eso es lo que determina su gran originalidad, porque cabe hablar de un sonido NWOBHM superevolucionado que no ha practicado casi nadie más hasta la fecha. Esto descoloca un poco al principio, cuando uno espera encontrarse con un grupo de death metal más convencional, pero pronto se acostumbra a la eficaz y equilibrada mezcla de registros. La música de Arghoslent es violenta pero muy melódica, encuadrada en canciones fluidas y desenvueltas que denotan un agudo sentido de la composición. Al sustrato metálico clásico se suma una sensibilidad para la melodía que la asemeja lejanamente a los grupos de black metal de Europa del Este, mientras que en el aspecto rítmico se dejan entrever ciertos influjos de blues/bluegrass marcadamente americanos que no hacen sino enriquecer la entidad de su propuesta. Indudablemente la mejor baza de que dispone la formación son sus increíbles riffs, siempre inspirados, cañerísimos y totalmente imbuidos del sentir de cada canción. Sumados a los hábiles solos, las transiciones trabajadas pero siempre leves y una construcción sólida y distintiva, dan fe del altísimo nivel de los músicos implicados y garantizan un espléndido resultado. En el lado negativo podría argumentarse que las canciones siguen demasiado pegadas al esquema ochentero y su estructura excesivamente lineal, con la clásica repetición reiterada del título de cada tema a modo de estribillo, pero esta crítica parcial palidece ante el máximo partido que el grupo saca a todos los recursos de una fórmula por lo general encorsetada y muy trillada. La producción áspera pero relativamente clara capta a la perfección la tensión entre la emotividad y melancolía de las melodías y la cruda agresividad del conjunto, lo que termina por convencerme de que este es el mejor álbum de los tres que sacó la formación durante su larga trayectoria, ya que el segundo (Incorrigible Bigotry, 2002) supone una estandarización, muy diestra eso sí, de lo expuesto en el debut, y el tercero (Hornets of the Pogrom, 2008) retoma el espíritu inicial de mayor libertad, pero con un sonido excesivamente limpio. Tras este último título no han vuelto a sacar nuevo material desde hace más de un lustro, y todo indica que no volverán a hacerlo, teniendo en cuenta que la edad de los miembros debe rondar los 45 años y que su difusión y actividad concertil han sido siempre mínimas.

 Es muy difícil hablar de Arghoslent sin mencionar su faceta ideológica, hasta el punto de que dejarla al margen sería faltar a la verdad. Es indudable que por el hecho de manifestarla abiertamente en sus letras y sus declaraciones, el grupo busca provocar una reacción a la misma o, al menos, es plenamente consciente de las consecuencias que esta acarrea. Buena parte de las pocas personas a las que he visto ensalzar sin reservas a la formación pertenecen a círculos ultraderechistas o de supremacistas blancos. La mayoría de voces dentro del metal no duda a la hora de condenarlos, aunque el motivo es siempre ideológico y la música no suele entrar en consideración. Cierto es que cualquier intento de exculpar al grupo de esta acusación se topa de bruces con la evidencia que constituyen títulos como Fall of the Melanic Breeds ("El declive de las razas melánicas") o Rape of a Slave ("Violación de una esclava"), cuyo contenido es claramente hostil a las personas de raza negra. Los álbumes posteriores también abundan en ejemplos que van en la misma dirección. Para comprobar si esta visión se extendía más allá de sus canciones he buscado una entrevista con los músicos, de cuya lectura he extraído tres conclusiones importantes, que en realidad ya había podido intuir a través de la música: en primer lugar, los miembros son igual de racistas y antisemitas que algunas de sus letras, segundo, manifiestan el mismo interés erudito por la historia y la fascinación por el poder y los imperios conquistadores que caracterizan a la mayoría de sus letras, así como a sus portadas y, por último y seguramente más importante, para ellos el racismo no es un elemento individual o superfluo del que podrían desprenderse fácilmente, sino que forma parte indisoluble de una cosmovisión violenta e inmisericorde que nutre el espíritu de su música y, guste o no, es totalmente acorde con el alma combativa e indómita del metal underground.



 Puedo entender que muchas personas, especialmente si son ajenas al metal, tengan reparos en escuchar o apreciar música cuyo mensaje o motivación les resulte repugnante, pero lo que me parece menos comprensible es que determinados periodistas (invariablemente caucásicos, nunca de otras razas) y medios dentro del metal, como MetalSucks o No Clean Singing entre otros, ataquen y censuren cualquier manifestación que no se pliegue a sus normas de corrección política, al tiempo que pretenden respaldar un género musical que se ha construido en los márgenes del discurso dominante, de lo establecido y lo socialmente aceptado. Al parecer, ninguno de ellos es capaz de percibir la contradicción que supone disfrutar con canciones que hablan de descuartizar prostitutas, aniquilar la humanidad o glorificar la guerra y al mismo tiempo prohibir terminantemente cualquier referencia racista. “Es que lo otro no va del todo en serio”, argumentarán algunos. Peor aún, ya que si todo es en el fondo una pose consciente, un juego sin trascendencia, entonces no hay mucha diferencia entre su concepción del metal y la postura de los fans de Marilyn Manson, Ghost o cualquier rapero de moda. Otra variante es la de quien experimenta el placer culpable de amar la música de Arghoslent cuando detesta a sus creadores, dicotomía que se resuelve con un llamamiento al plagio y la piratería, una solución de compromiso para limpiar la conciencia que resulta bastante sucia y totalmente impropia de un presunto melómano.

 Mi postura personal es algo más distante y relajada, pero quiero creer que no menos fundamentada y consciente. No simpatizo con las ideas racistas o xenófobas, pero cuando éstas están imbricadas en una propuesta musical de la que no constituyen más que un rasgo entre otros, mi consideración global está por encima del detalle (y de lo que piensen y juzguen los demás), y valoro dicha propuesta conforme a criterios esencialmente musicales, razón por la cual tengo en alta estima la música de grupos como Burzum, Graveland, Nokturnal Mortum, o Temnozor a pesar de no compartir muchas de las ideas más o menos explícitas de sus respectivos miembros. No me parece que incurra en ninguna contradicción con mis propias convicciones, porque al fin y al cabo se trata de música, y las ideas no son el material de expresión, no estamos hablando de agrupaciones políticas ni actos concretos de propaganda o violencia frente a los cuales es imposible no tomar partido. Salvando las distancias, me ocurre lo mismo que cuando leí Viaje al fin de la noche de Louis-Ferdinand Céline, en el sentido de que para mí primó la obra por encima de la persona del autor y sus connotaciones, y a día de hoy me alegro aún de no haber dejado que los prejuicios de los demás se impusieran sobre mi curiosidad. Arghoslent no se define como grupo “político” a la manera directa y proselitista del punk neonazi o el RAC. Sus letras son indudablemente racistas y antisemitas pero también son crípticas y difusas, apuntando a algo mucho más amplio y sutil: el poder, la violencia, el conflicto; todos ellos temas esenciales del metal como género. Su música, por otro lado, es brillante, original y muy relevante, todo un feliz descubrimiento para quien suscribe. Cada cual es libre de ignorar todo aquello con lo que no esté de acuerdo, a fin de cuentas, esa es la postura más eficaz para combatir lo que se detesta, máxime si es tan underground y de proyección tan sumamente limitada. Desde fuera del metal un grupo como Arghoslent, de ser conocido, se percibiría con una mezcla de miedo, incomprensión y censura, una reacción previsible y no muy diferente de la que pueda despertar cualquier otra formación mucho más inofensiva. Lo que está fuera de lugar es que dentro de un microcosmos como el del metal extremo, entre cuyas principales características figura su amplitud de miras para abordar todo tipo de temas conflictivos, extremistas y/o desagradables, se promueva el boicot, la violencia verbal y la difamación, todo ello en nombre de una idea de la tolerancia que consiste en censurar toda voz que pueda discrepar con lo que el discurso dominante considera correcto. ¿Desde cuándo es eso tolerante?


Belisario, febrero de 2016





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