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MI PRIMER VINILO


 Hace cosa de dos años compré mi primer vinilo de metal extremo. El escogido fue Advent Parallax de Averse Sefira (Candlelight Records, 2008 - The Ajna Offensive, 2009, para la edición en vinilo), un disco que me parece soberbio y que adquirí a través del catálogo de mi principal proveedor, BlackSeed Productions. Me decidí a pedirlo principalmente porque su precio superaba en tan sólo dos euros al de las ediciones habituales en cedé. Cuando lo tuve en mis manos pude comprobar que esa nimia diferencia de precio suponía un inmenso salto cualitativo: no sólo la impresionante portada venía en un tamaño mucho mayor, también la decoración interior era profusa e impactante, las letras venían impresas en una misma página de gran tamaño, y los propios discos (el elepé es doble) eran de color blanco con vetas más oscuras, como el iris de los ojos de una bestia de las nieves, una gozada visual. Fue entonces cuando comprendí por qué algunos amigos y conocidos se empeñaban en buscar las ediciones en vinilo de los discos aunque generalmente sean más caras y limitadas; no era sólo el hecho de escucharlos en un tocadiscos, la propia experiencia de abrir el precinto y curiosear el interior cobraba un nuevo significado. Desde entonces he comprado alguno más, y cada vez me parece una mejor manera de hacerse con un disco físico, siempre y cuando el precio quede dentro de lo razonable y no se incluya demasiada parafernalia extramusical, que personalmente no suele interesarme demasiado.


El vinilo en cuestión


 Ese no fue el primer vinilo que tuve en mis manos, ya antes había heredado la colección de música setentera y ochentera de mi madre, y la fui completando con mis propias adquisiciones, principalmente viejos discos de música clásica en perfecto estado comprados a precios casi simbólicos en el mayor mercadillo de mi ciudad natal. Puesto que ya tenía el tocadiscos en casa, también herencia familiar, el motivo para preferir los vinilos a los cedés era puramente económico, ya que por la cuarta parte del precio de un cedé nuevo o la mitad de uno de segunda mano podía hacerme con un disco que además era un objeto más vistoso y poseía el encanto algo romántico que desde hace un par de décadas caracteriza al vinilo. En aquellos tiempos mi economía de estudiante era más bien precaria, y nunca se me habría ocurrido comprar la versión en vinilo, siempre más cara, si es que la había, de los contados discos de metal extremo que adquiría de vez en cuando por aquella época, y mucho más lejos de mi alcance quedaba cualquier edición más antigua con precio revalorizado o incluso prohibitivo como las que se ven en ocasiones en eBay. Por aquel entonces, hace ahora unos diez años, las versiones en vinilo de pequeñas ediciones no eran tan frecuentes como lo son ahora. También estaba el aspecto de la movilidad, ya que el cedé es un formato objetivamente más manejable, que puede escucharse en muchos lugares, mientras que un elepé está destinado casi exclusivamente a su disfrute casero, siempre y cuando uno disponga del equipo adecuado para ello.

 En los años siguientes, con numerosos viajes y cambios de domicilio, la idea de comprar vinilos me pareció mucho más lejana, no solamente por ser menos práctico, sino porque dejé de tener a mi alcance el plato en el que poder escucharlos. Las primeras veces que asistí a alguna feria del disco o visité una tienda de música de segunda mano, me asombraba al ver que los discos clásicos en vinilo, presentados con frecuencia como artículos de coleccionista, solían tener precios que estaban por las nubes, algo normal teniendo en cuenta que a menudo se trataba de ediciones limitadas o muy cotizadas, pero que chocaba frontalmente con la idea que yo tenía de lo que era comprar vinilos de saldo en un mercadillo. Mi cambio de perspectiva llegó con una situación económica más holgada, gracias a la cual empecé a comprar música a mayor escala. Siempre he desconfiado de las cajas o recopilatorios con varios vinilos a todo lujo que empezaron a aparecer hace cosa de dos lustros, porque su abultado precio, unido a la inevitable inclusión de material menos bueno y recuperación de grabaciones muchas veces irrelevantes, por no hablar de los añadidos extramusicales de pertinencia cuestionable (véase la earth box que incluyó Negura Bunget en su edición especial de Vîrstele pămîntului), hacen que prefiera limitarme en casi todos los casos a los álbumes más destacados. Sin embargo, de un tiempo a esta parte se ha llegado a una situación en la que cada vez más discos nuevos pueden obtenerse tanto en cedé como en vinilo, y con frecuencia la diferencia a efectos económicos no es muy acentuada, por lo que la elección entre un formato y otro depende fundamentalmente de la simple preferencia individual.


Cuando leí las palabras "earth box", me imaginé
cualquier otra cosa antes que esto


 En los últimos años hemos asistido a un retorno del vinilo en todos los ámbitos musicales, que muy pocos habrían sido capaces de prever. Hasta no hace mucho el vinilo se percibía como un artículo caro de coleccionista, debido a que las nuevas ediciones eran escasas y limitadas, y por lo general lo que circulaba eran viejas piezas de prensados originales. Para todos los que tuvieran un limitado poder adquisitivo, como un servidor, se trataba de un mercado ignoto reservado únicamente a gente más pudiente o muy entregada. Con la democratización que ha supuesto la recuperación del vinilo como soporte más habitual para nuevos álbumes, este formato se empieza a percibir de nuevo como una opción alternativa cada vez más normal a la hora de comprar un disco. El debate en torno al vinilo, liberado ahora del crucial aspecto económico, se ve dominado casi en exclusiva por el tema de la calidad del sonido, monopolizado por la controversia entre cuál de los dos suena mejor, si el vinilo o el cedé. En realidad se trata de una cuestión que solamente polariza las opiniones menos informadas, pues cuando uno investiga un poco al respecto, sin necesidad de comprender tecnicismos impenetrables para quien, como un servidor, es lego en la materia, se rinde pronto a la evidencia de que no hay uno que suene mejor que el otro, sino que cada formato suena distinto y tiene carencias que en el otro son virtudes y viceversa.

 Del vinilo se dice que el sonido es más cálido, más orgánico, más natural, sumando además el ritual mucho más auténtico de sacarlo de su funda y ponerlo en el tocadiscos. Del cedé, que es más práctico, de sonido más nítido, más resistente y menos propenso al desgaste. Hay argumentos contradictorios que otorgan a uno u otro un mayor nivel de frecuencias, de margen dinámico o de exactitud. Personalmente opino que esta discusión es estéril, porque los parámetros a tener en cuenta son demasiado numerosos y sutiles, a menudo incluso subjetivos, como para determinar una preferencia neta, y además se tiende a olvidar con frecuencia que cuando hablamos de comparar vinilo y cedé generalmente nos referimos, sin darnos cuenta, a ambos formatos en sus respectivas épocas doradas (los años setenta y ochenta para el vinilo, noventa y dos mil para el cedé), una distancia temporal esencial en la que entran en juego distintas técnicas de grabación, masterización y un largo etcétera de características que van mucho más allá de lo que podría ser la diferencia entre vinilo y cedé para un disco que se edite hoy en día a partir de una misma grabación contemporánea.


El vinilo en todo su esplendor


 A mucha gente le resulta paradójico el regreso del vinilo en una época en la que la tecnología es tan avanzada que desde hace años no hace falta poseer el objeto físico para tener el disco, pero precisamente ahora que ya no es indispensable pagar por acceder a la música que uno busca, ahora que se puede llegar a ella sin siquiera necesidad de descargarla ilegalmente, escuchándola a través de bandcamp o YouTube, es cuando el vinilo vuelve a cobrar sentido como el formato más adecuado para quienes se empeñan en adquirir música que sea tangible. Yo soy uno de ellos, probablemente porque, en último término, pertenezco a la generación más vieja que se acostumbró a comprar discos físicos, y cuando decido gastar dinero en un disco, prefiero pagar un poco más y hacerme con un vinilo o cedé de un álbum que me interese antes que recurrir a la descarga legal. Por otra parte, la característica que encumbró al cedé hace más de veinte años, su aspecto práctico, ha dejado de tener sentido desde que lo más práctico es el mp3 o el streaming, y ya puestos a comprar un objeto aparatoso, como desde ese punto de vista también lo es ya el cedé, no es tan extraño optar por otro más grande pero también vistoso y disfrutable como es el vinilo.

 El reciente renacer de las cintas de casete, también otro fenómeno en apariencia anómalo, obedece según parece, al menos en el caso del metal, a una vuelta a los orígenes, una declaración de principios anticomerciales y minimalistas, un anacronismo profundamente romántico que respeto pero con el que no consigo empatizar. La única baza positiva que a mi modo de ver tenían las cintas, es decir, la posibilidad de grabar cosas diversas para uno mismo o para sus conocidos, incluyendo el tape trading, es algo que con archivos mp3 se puede hacer mucho más rápido, barato y mejor y, por otra parte, no creo que tenga mucho sentido limitar las ediciones a contadas copias en un formato obsoleto por voluntad de purismo cuando a los pocos días ya estarán circulando ripeadas por Internet. El nuevo auge del vinilo, en cambio, es el retorno de lo físico por la puerta grande, algo igualmente anacrónico desde el punto de vista tecnológico, pero cada vez más demandado, tanto en el metal como en otras escenas, por una audiencia madura que tiene los medios y también el gusto por comprar discos que pueda tener entre las manos.


Cualquier parecido con un medio de distribución de precio
razonable es pura coincidencia


 Comprar una nueva edición en vinilo (al igual que, cada vez más, comprarla en cedé), es hoy en día una forma “real” de hacerse con la música de un grupo, adquiriendo un objeto físico y al mismo tiempo brindando un apoyo económico, de la misma manera en que uno puede comprar un parche o una camiseta en un concierto. Se trata de una antigua forma de distribución que vuelve a ser habitual porque de nuevo hay una demanda de álbumes grandes y tangibles, y por el hecho de ser nuevamente un formato corriente, el mercado de nuevas ediciones es bastante distinto de aquel, más viejo, que mueve ediciones antiguas o raras. Siento gran respeto por los coleccionistas, pese a no compartir su pasión más que a pequeña escala, pero para mí, que valoro el contenido mucho más que el continente, la línea difusa que separa al vinilo como posible formato estándar frente al vinilo como artículo exclusivo, nuevo o viejo, de precio elevado que da pie a especulaciones, reventas y otras prácticas oscuras que en mi opinión poco o nada tienen que ver con la música y con el espíritu de la misma, es una mera cuestión de precio. Pagar 1,25 o 1,5 veces el precio de un cedé por un vinilo es razonable y asumible, pagar 2 o 3 veces ese precio por un disco viejo descatalogado me parece comprensible, aunque no sea algo que yo haría, pero desembolsar 50 veces dicha cantidad por un artículo de coleccionista escasísimo me parece algo que no tiene mucho que ver con lo que contiene, sino únicamente con el propio objeto en sí. Creo que comprar nuevas ediciones o reediciones en vinilo es algo muy distinto a esto último, y personalmente seguiré haciéndolo en el futuro, sobre todo si cada vez son más comunes.


Belisario, octubre de 2015





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