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ENTRE HIPSTERISMO Y NOSTALGIA:
EL METAL EN LA DÉCADA DE 2010



 Desde que existe el metal, que sólo fue realmente popular en sus inicios y bajo sus formas más primigenias, a caballo entre los años setenta y ochenta, ha habido grupos que han deseado, en sus propias palabras, “llevarlo a un público más amplio”, apostando por la fusión con otros estilos musicales ya existentes y apoyados invariablemente por sellos grandes y ávidos de beneficios. En los ochenta fue el glam metal, en los noventa el nu-metal, en los años 2000 el metalcore, y en lo que llevamos de década parece que corresponde al post-metal el dudoso honor de ser el género híbrido de moda que pretende explotar los méritos y la fama del metal convirtiéndolo en un producto más inofensivo y vendible. Estos experimentos han cosechado generalmente un éxito relativo mientras han sido novedad, para pasar a ser rápidamente olvidados o, en el mejor de los casos, quedar fosilizados en cuanto surgió la siguiente tendencia. Las distintas oleadas antes mencionadas no se parecen demasiado entre sí, al menos superficialmente, pero lo que las une es una misma fórmula, consistente en incorporar rasgos externos del metal a estilos más populares, como el rock, el hip-hop o el punk, de forma que puedan venderse a un público convencional con un barniz de música extrema o peligrosa, cuando en realidad no lo es ni pretende serlo.

 En el caso del post-metal, su método es asimilar una serie de técnicas o características generales del metal aplicándolas al post-rock o rock atmosférico de las décadas anteriores, lo que desemboca en la mayoría de los casos en una mera adición que solamente suma sin desarrollar, y tan sólo puede atraer a quien no tenga un criterio bien afinado de lo que son, por separado, el post-rock y el metal, es decir, potencialmente, a casi todo el mundo. Los ejemplos son principalmente estadounidenses (Wolves in the Throne Room, Liturgy, Krallice, Isis, Agalloch) pero también los hay europeos (Sólstafir, Year of No Light, Cult of Luna, Altar of Plagues). Lo mismo sucede con las formaciones adscritas a lo que se ha dado en llamar el “blackgaze” o post-black metal (Alcest y, sobre todo, Deafheaven), que viene a ser al shoegaze lo mismo que el post-metal al post-rock. Ambos estilos de moda, encumbrados por la prensa musical de mayor repercusión, han sido convenientemente bautizados por algunos medios menos populares como “hipster metal, debido al hecho de que, como hace en innumerables ámbitos la subcultura de la que toma el nombre, su objetivo al emular los rasgos externos del metal es buscar un envoltorio pintoresco y aparentemente original para comercializar un contenido genérico y anodino. La música creada por estos grupos, que podríamos enmarcar también dentro de la denominación más amplia de indie metal, en virtud de su estrategia de fagocitar el metal desde el rock alternativo, engloba entidades muy dispares que pueden ir desde los Satyricon o Enslaved más recientes hasta engendros pop-rock como Mastodon o Baroness. El vínculo que los une es su firme intención de parecer distintos y especiales sin dejar de ser totalmente accesibles. Por ello, sus discos se convierten en objeto de deseo de quienes, más allá de una auténtica apreciación musical, están siempre atentos al siguiente “bombazo” que les haga parecer enterados y cool, como recientemente ha sido el caso con Myrkur, Tribulation o Bölzer. Este modelo de fan obsesionado por la novedad abarca toda una franja de público que, tanto ayer como hoy, parece ser bastante extensa.


Hipsters


 Frente a este campo, que no dudaremos en etiquetar como hipsterismo, se alza otro radicalmente opuesto que, pese a ser más auténtico y, por qué no decirlo, resultar también más simpático, es asimismo reflejo de otra actitud negativa que distorsiona a su manera la apreciación sincera de la música. Se trata del sector que podemos denominar “conservador” u old school, cuya postura pretende salvaguardar las esencias defendiendo una ortodoxia definida conforme a los parámetros canónicos de cada subgénero del metal. Dentro de esta categoría se ubican grupos de tamaño mediano, competentes y hasta disfrutables, que a efectos estrictamente musicales no hacen más que recoger fórmulas trilladas y repetirlas (Craft, Tsjuder, Grave Miasma, Taake, Inquisition, Proclamation), otros más o menos famosos que hacen del enfoque retro una religión tan atractiva como vacua (Toxic Holocaust, Midnight, Nocturnal, Municipal Waste) así como la miríada de formaciones tan desconocidas como perfectamente intercambiables que constituyen el grueso del underground. Aunque esta perspectiva reaccionaria sea perfectamente legítima y por lo general musicalmente un poco más interesante que la esbozada más arriba, no por ello deja de sustentarse con frecuencia en la pura nostalgia, sin dejar de mencionar la incoherencia que supone que grupos nuevos “defiendan” los estilos de antaño apropiándose de ellos sin haber contribuido lo más mínimo a desarrollarlos. Pero sin duda lo más negativo de esta visión es que tiende a aceptar como válido todo lo que sea metal conforme a las normas reconocidas, sin establecer generalmente una distinción crítica entre lo que realmente aporta algo y lo que no es más que pura redundancia o calco, por mucho que guste o agrade al oído. Quizá esto se deba a que en muchos casos quienes se adscriben a esta corriente son fans de a pie o dueños/promotores de sellos más pequeños, cuyo adversario principal, a su modo de ver, son los grandes sellos comerciales (Century Media, Spinefarm, Napalm Records, Season of Mist, Candlelight) y sus seudonovedades que prostituyen el metal, junto a los grandes medios presuntamente underground (The Blastbeat Network) con su legión de “periodistas” semiprofesionales que redactan textos mercenarios y descubren varias joyas imprescindibles cada semana. Tengo estima por muchos de esos conservadores, y comprendo su punto de vista, pero al mismo tiempo estoy convencido de que no es posible analizar críticamente a grupos y discos ni emplear un baremo de calidad para medir sus aciertos y capacidades cuando el único criterio comúnmente aceptado, a partir de cierto nivel de destreza musical, es el hecho de ser o no metal “de verdad”.

 Escrutando ambas facciones desde una perspectiva crítica en la que prime la calidad como factor esencial, uno observa que ninguna de las dos está interesada en buscarla, bien porque se centra en valores superficiales y vendibles como el hipsterismo, bien porque reduce el análisis de la música a una mera cuestión de adecuación a un paradigma escrito en piedra desde hace lustros, como hacen los conservadores, que a este efecto también cabría tildar de “nostálgicos”. La dicotomía entre innovación a través de la asimilación con estilos populares y tradición concebida como inmovilismo es una falsa disyuntiva, ya que no sólo ambos caminos no son artísticamente fructíferos para ningún género musical, sino que además distan mucho de ser los únicos posibles. No obstante, ambas corrientes son lo bastante poderosas y dominantes como para que un fan honesto metido a crítico encuentre serias dificultades para trazar o defender una vía alternativa, y probablemente lo mismo le suceda a los grupos más valientes y menos convencionales. Hay que tener en cuenta que, transcurridos ya más de veinte años desde que todas las variantes del metal terminaron de fraguarse, es ilusorio pretender que alguna pueda reinventar o revolucionar por completo el metal, como rezan tantos anuncios de publicaciones comerciales, porque eso es algo que sólo puede ocurrir con cosas a medio formar, que aún no estén definidas, y hace ya mucho tiempo que el black, el death o el thrash metal superaron esa fase y entraron en una madurez que, aunque con frecuencia no lo parezca, podría ofrecer mucho más que fusiones aleatorias o reiteración ad nauseam. La clave, tanto hoy como hace diez años o incluso veinte, es centrarse en las formaciones y los discos con personalidad y mensaje sincero, cuya visión amplíe o complemente los límites y al mismo tiempo el espíritu del género, sin traicionarlos. A fin de cuentas, si el metal pretende ser arte, su cometido principal no es innovar sino expresar, y la innovación formal siempre será algo secundario, que por lo general se logra de forma inconsciente y no deliberada. Los grupos más interesantes de los últimos lustros son aquellos que no dudan en entremezclar libremente influencias y subgéneros si ello sirve para desarrollar una visión única y pertinente. Huelga decir que las entidades de estas características no son muy numerosas, y para detectar su valía a menudo es preciso analizarlas con atención, ponerlas en un contexto mucho más amplio y distinguirlas claramente de las tendencias, trivialidades o apariencias. Como pista, cabe señalar que quienes buscan el Grial siempre cabalgan solos, y lo hacen a plena luz del día, porque no existe necesidad de ocultarse cuando casi nadie alrededor repara en su presencia ni consigue identificarlos, al menos a simple vista. La lista de formaciones actuales que aporten algo al metal sin renegar del mismo es más corta que larga, y es posible que no todas hayan llegado a oídos de un servidor, pero sin duda en ella deben figurar grupos como Cóndor, Desecresy, Infamous, Ripper, Kaeck, Zealotry u Obsequiae, por dar algunos ejemplos.


Nostálgicos


 Frente al panorama que hemos bosquejado, los propios grupos inconformistas lo tienen tan difícil como los fans que busquen una conexión con la música más allá de la satisfacción inmediata de una necesidad que se pueda suplir con algo previsible y familiar que no plantee sorpresas ni desafíos. Quien no busque el beneplácito del circuito comercial ni apele al reducto conservador tendrá todas las papeletas para ser ignorado por la gran mayoría de individuos interesados por el metal. Algo parecido le ocurre a quien desempeñe una labor verdaderamente crítica que no case con la publicidad industrial de los sellos y webs más grandes ni comprometa su juicio imparcial para no herir sensibilidades entre personas, camarillas y formaciones afines. Sin embargo, quien consiga sobreponerse a dichos intereses pecuniarios o sociales se rendirá a la evidencia de que cuando se aborda y valora el metal como forma de expresión artística antes que como negocio o entretenimiento, no sólo es posible sino también indispensable desarrollar un baremo propio que determine por qué algunos grupos tienen ideas más relevantes y las expresan mejor que otros en cuanto a estructura, organización y contenido, mereciendo por ello más atención que el resto. De esta visión surge la vocación del crítico genuino, una figura en completa oposición a la del cronista mercenario o el fan entusiasta e incondicional, alguien comprometido con la causa del metal que, desde su tronera siempre subjetiva pero bien fundamentada, se esfuerce por separar el grano de la paja, destacando lo que vale realmente la pena por encima de lo convencional o mediocre y elevando así el listón cualitativo. Esta nunca ha sido una tarea fácil, ni en los noventa, cuando el metal extremo estaba aún en los albores de la comercialización, ni a principios de la década siguiente, cuando empezaba a formarse la red de resistencia underground que en la actualidad ejerce de modesto contrapeso al seudometal de consumo masivo, por desgracia desarrollando también sus propios vicios, como hemos visto. Tampoco dejará de ser una ardua labor cuando el post-metal, el hipster metal o el indie metal en general cedan su lugar a la siguiente moda espuria, y el aficionado crítico se vuelva a encontrar en 2022 o 2027 con una coyuntura no muy diferente a la de 2017. No obstante, para quienes amamos y apreciamos el metal y no pretendemos vivir de él ni hacer amigos a su costa, ¿acaso hay otro camino?


Belisario, julio de 2017





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