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EL METAL COMO RELIGIÓN



 A menudo se oye comentar a los fans del heavy metal que el metal es su verdadera “religión”, y que determinados grupos o músicos son sus “dioses”. Aun considerando que esto no sea más que una exageración o una forma de hablar, lo cierto es que esta afirmación recurrente es tan sólo una característica más dentro de una multitud de rasgos que emparentan al género con las religiones establecidas. Más allá de la devoción que profesan los fans individuales, y del sentimiento comunal, visible sobre todo en concentraciones como los festivales y conciertos, los aficionados al metal han desarrollado una forma de aproximación a la música que tiene la forma de un culto, con sus rituales y sus referentes. Los ejemplos son incontables: actuaciones que revisten a menudo la forma de una ceremonia religiosa, en especial en los estilos más extremos; peregrinaciones de fans a festivales de gran envergadura; figuras “sagradas” respetadas por todos (Iron Maiden, Manowar, Rob Halford, Ozzy Osbourne) y “santos” fallecidos a los que no se olvida (Ronnie James Dio, Jeff Hanneman, Peter Steele, Dimebag Darrell)… Todo esto nos lleva a afirmar que el metal está muy impregnado de lo religioso, tanto en sus formas externas como en la relación que los fans entablan con la música, que manifiestamente desempeña un papel fundamental en la vida de muchos de ellos.

 Sin embargo, a pesar de todo lo dicho, el metal visiblemente no es una religión. En primer lugar, no promueve el culto a ninguna divinidad, ni siquiera al Maligno. Más bien se trata de lo contrario, de la ausencia de una religión. El metal no es satánico más que en la elección de Lucifer como imagen de la lucha contra los valores establecidos, como símil de la emancipación del ser humano. Con este fin, adopta una gran carga religiosa en forma de símbolos, valiéndose de la religión a modo de metáfora de aquello a lo que pretende combatir. En ocasiones incluso imita superficialmente la forma de los cultos religiosos para dotar de majestuosidad y ritualismo a la música, pero su verdadero mensaje es la voluntad de superar cualquier religión organizada, evitando caer en otra. Así ha sucedido históricamente, en los países occidentales al menos, desde el nacimiento del género en los años setenta. El misticismo y el esoterismo, por otra parte, son, al igual que la fantasía, maneras de trascender la vida cotidiana moderna, aburrida y plana. Porque de eso es de lo que se trata, de la trascendencia. El metal nace de la consciencia de que en la vida hay mucho más que lo meramente inmediato, lo que se toca con las manos o se paga con dinero. Es, en esencia, un mensaje de individualismo y resistencia ante el encorsetamiento que suponen, por un lado, la religión y, por otro, la vida segura en el seno del sistema, sin cambiar ni cuestionar nada.

 Si el metal, por tanto, no es una religión, cabe preguntarse si a pesar de ello tiene o no algo de espiritual. Si entendemos lo espiritual en sentido amplio, más allá de las metáforas y los símbolos religiosos, el metal, más que una creencia, sería un credo, es decir, un conjunto de doctrinas comunes a una colectividad. Lo que une a los fans, en lugar de un sentimiento religioso, es determinado número de ideas o ideales en los que generalmente se está de acuerdo, aunque sea tácitamente. No en vano, el heavy metal es una cultura electiva, a la que pertenece aquél que lo desea, siempre y cuando reúna una serie de características, visibles o no, reconocibles por los demás. A grandes rasgos podríamos mencionar la independencia, la autenticidad, la fuerza, el valor y la voluntad de resistencia como valores compartidos, aunque no siempre sean reivindicados de manera consciente. La vida se concibe como una batalla constante en la que el metal sirve de inspiración, y también de combustible.

 Podría decirse incluso que el metal es una anti-religión, en el sentido de que supone un refugio para quienes se liberan de la religión establecida en su comunidad o país, sean éstos cuales sean. Esta es la razón por la que el “metal cristiano”, que por alguna razón existe sobre la faz de la tierra, constituye una contradicción de términos, como lo sería un grupo de hip-hop neonazi u otro de música klezmer antisemita, porque todos los elementos que lo componen están en las antípodas del mensaje externo que quienes reivindican dicha etiqueta pretenden insertar en la música. El metal propiamente dicho se inspira mucho en lo religioso, como hemos puesto de relieve, pero su mensaje en último término es contrario a las religiones, a las que percibe como uno de los principales instrumentos para la coacción moral y social de la humanidad. Como expresión artística romántica que a todas luces es, no puede sino oponerse a toda idea o gesto que limite o coarte las posibilidades ilimitadas de la experiencia humana.


Belisario, agosto de 2013





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