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DICIEMBRE DE 2018 - DISCO DEL MES:
ZEALOTRY - AT THE NEXUS OF ALL
STILLBORN WORLDS (2018)


 En la reseña que dedicamos hace dos años a The Last Witness, el disco anterior de los estadounidenses Zealotry, especulábamos con que la música incluida en el mismo pudiera corresponder a una etapa intermedia de transformación, con ciertas limitaciones formales pero gran potencial de síntesis, que pudiera dar como resultado un hipotético tercer álbum con un estilo propio totalmente desarrollado que conjugara de manera magistral su ambición y temeridad en cuanto a formas y estructuras con las convenciones modernas del death metal. Aquel disco era en sí mismo una versión más centrada, pero también menos compleja e inventiva, de su sobresaliente primer álbum, The Charnel Expanse. Este mismo mes de diciembre ha aparecido un tercer título, bajo el nombre At the Nexus of All Stillborn Worlds, autoproducido por el grupo y publicado por Unspeakable Axe (la filial de Dark Descent especializada en thrash y speed metal, algo un tanto extraño), que en muchos aspectos alcanza ese equilibrio en apariencia imposible entre libertad creativa y excelencia dentro de un género establecido, tal vez inclinándose más hacia el segundo factor, pero exhibiendo una variedad tan amplia de técnicas, recursos y destreza ejecutoria que suple con creces lo que pudiera faltar en lo relativo al primero.


Zealotry - At the Nexus of All Stillborn Worlds (Unspeakable Axe, 2018)


 Las comparaciones con su trabajo inmediatamente anterior son inevitables, pero el grupo sale de ellas bien parado. La fórmula es similar en ambas obras, pero en At the Nexus of All Stillborn Worlds ha sido pulida hasta volverse más concisa y completa, con un desempeño técnico verdaderamente impresionante. Las guitarras de Phil Tougas hacen maravillas, desprovistas del excesivo protagonismo que adoptan en el también recentísimo segundo disco de Cosmic Atrophy y de la excesiva fidelidad a sus influencias mostrada en el debut de Chthe'ilist de 2016, pero también el bajista de sesión, un chaval de solo 22 años llamado Aodán Collins, borda una prestación espectacular en la que saca todo el partido posible a un instrumento que con frecuencia pasa casi desapercibido, adoptando en no pocas ocasiones un sorprendente papel principal. Según los créditos del disco, esta vez Roman Temin, fundador del grupo, se limita a poner las voces, y hasta se ha incluido un segundo guitarrista además de Tougas, pero suponemos que Temin también habrá contribuido a la tarea de componer, aunque sea sólo parcialmente.

 Las canciones están más centradas y son más compactas que las del disco anterior, lo que redunda en una menor duración tanto global como de los temas individuales, que saben perfectamente cuándo acabar. Hasta el breve interludio de piano de la segunda pista comparte con el resto de composiciones un mismo ambiente, tono y virtuosa brevedad. Por otra parte, el sonido ha mejorado, con una difuminación parcial que aglutina los instrumentos, sin que todos ellos dejen de sonar por separado, limando las estridencias que provenían de la propia ejecución para permitir al oído centrarse únicamente en aquellas determinadas por la composición. A diferencia de los teclados, recurso usado previamente que aquí no hace acto de presencia (y tampoco se echa de menos), las campanas y coros a cual más apocalípticos se utilizan de nuevo con cuentagotas para maximizar su efecto. Esta sabia dosificación es paralela a la de los solos de guitarra, que no sólo son superlativos sino que se emplean con una visión estratégica encomiable, y pese a ser excesivamente luminosos por momentos no llegan a distorsionar la atmósfera general.



 Tras la fórmula excepcional pero visiblemente limitada de The Last Witness, el grupo ha optado por profundizar y optimizar la técnica desarrollada hasta entonces, permitiendo que la sistematización llevada a cabo en su segundo álbum pudiera ser fuente de riqueza musical en lugar de constreñimiento formal, un camino técnicamente más exigente pero también más provechoso. El carácter disonante y perturbador de la música va de la mano con la sensación general de desconcierto y desasosiego cósmicos que el grupo ha deseado expresar desde sus comienzos, y el despliegue de habilidad que la caracteriza, en lugar de ser una mera exhibición de talento en bruto, está totalmente al servicio de la misma. El resultado es un estilo más pulido, unitario y conciso que expresa lo mismo de una manera más plena y eficaz e, indirectamente, ofrece esa pluralidad de formas esbozada en The Charnel Expanse que tanto se echaba de menos en The Last Witness. Con ello, Zealotry se posiciona como uno de los grupos líderes en los dominios del death metal, tanto a nivel de forma como de contenido, siendo uno de los pocos capaces de seguir progresando y mejorando a partir de una trayectoria individual que le pertenece en exclusiva.


Belisario, diciembre de 2018





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