JULIO DE 2016 - DISCO DEL MES:
HATE FOREST - PURITY (2003)
He aquí otro disco que tampoco es de antes de ayer, y he vuelto a escuchar hace poco después de conseguir encontrarlo por fin tras haberlo disfrutado durante años. El propósito de mis reseñas es destacar títulos que merezcan la pena, sean o no recientes, de ahí que por “disco del mes” puedan pasar álbumes que no son ninguna novedad, pero han superado la prueba del tiempo y siguen mereciendo la pena a día de hoy. A diferencia del mes anterior, el disco de este mes fue obra de un grupo hoy extinto, a pesar de que los músicos que lo integraban sigan activos en otros proyectos. Hate Forest eran originarios de Járkov, como también lo son, al parecer, buena parte de los grupos importantes de la escena ucraniana, empezando por Nokturnal Mortum. Al igual que muchos de ellos, se ubicaban en la difusa zona gris entre el nacionalismo exacerbado y la extrema derecha militante, manteniéndose en principio dentro de la primera categoría. Formados a mediados de los noventa, partieron de un black metal crudo y machacón para ir incorporando poco a poco elementos de música ambient, sin que ello suavizara de ningún modo la fórmula minimalista resultante. El grupo se disolvió en 2004 rozando apenas la década de existencia, y sus dos miembros principales continuaron sus actividades con una nueva formación llamada Drudkh, con la cual han logrado mayor reconocimiento así como una trayectoria más longeva y fructífera. Drudkh constituye una deriva más melódica y afín al folk de la música de Hate Forest, y sus primeros trabajos cautivaron a quien suscribe por su fuerza emotiva y evocadora, pero la propuesta fue perdiendo interés y entidad a medida que los discos posteriores se diluían en reiteraciones e influencias más rockeras. A fecha de hoy, su primer disco, Forgotten Legends, me sigue pareciendo un fantástico tributo en clave folk al estilo ambiental de Burzum, pero desconozco si sus publicaciones más recientes merecen la pena. De Hate Forest, en cambio, sí he escuchado todo el material existente y todo ello es de mi agrado, aunque considero que su álbum de 2003 del que hoy vamos a hablar, que lleva por título Purity, es la expresión más lograda de su contribución al metal.
Hate Forest - Purity (Supernal Music, 2003)
La estrategia empleada en este disco es bastante sencilla. Envueltos en breves pasajes ambient que introducen y terminan las canciones, sus temas desgranan un black metal minimalista construido a base de riffs robustos que se repiten una y otra vez, permaneciendo los demás elementos en un perpetuo segundo plano. La producción es marcadamente digital pero conserva la necesaria aspereza gracias a la crudísima distorsión de las cuerdas, sonando nítida sin resultar aséptica, probablemente un compromiso inevitable para poder combinar guitarras y sintetizadores. La batería programada insultantemente sosa puede repugnar en un primer momento, pero más adelante uno piensa que quizá su uso fue deliberado para forzar la monotonía del paisaje y centrar la atención en los riffs; apuesta arriesgada, pero no exenta de coraje. El formato definido es extremadamente monolítico, basándose en la mera repetición para crear atmósfera, de una forma similar a lo que hacía Burzum en su celebrado Hvis Lyset Tar Oss. Las progresiones se hacen de rogar, pero llegan justo antes de que la reiteración se haga pesada, conformando una narración lenta pero segura que acaba llegando a buen puerto. Por encima de las guitarras y la percusión enlatada se escuchan rugidos guturales en una lengua casi incomprensible, que bien podría parecer ucraniano si no tuviéramos a la vista los títulos en inglés. Estas voces ásperas casan bien con la naturaleza descarnada de la música, y se ven acompañadas por unos coros con voz aguda chirriante para añadir algo de variedad, recordando ligeramente esta dicotomía al recurso estándar de tantos y tantos grupos de death metal. Este hecho, además de la ausencia del bajo, prácticamente inexistente, podría limitar mucho la capacidad expresiva del grupo, si no fuera porque los riffs, que son la columna vertebral de los temas, sean en cada caso exactamente lo que necesita cada pasaje: frases largas no concluyentes que se extienden a modo de narración, transiciones parciales que se apoyan en el siguiente elemento, embates vigorosos que inyectan emoción o contrapuntos nostálgicos, a veces casi acústicos, que otorgan profundidad al cerrar lentamente una secuencia o una canción. La repetición sucesiva de todas estas partes genera una atmósfera densa y envolvente, en la que el oyente acaba atrapado por completo antes de que quiera darse cuenta. Se trata de un método muy sencillo y probablemente algo tedioso de ejecutar, pero efectivo a fin de cuentas, ya que la experiencia es tan intensa que se presta a escuchas múltiples a posteriori. En este sentido, la propuesta de Drudkh es bastante parecida, pero en una versión más facilona y accesible, menos exigente. Cada una de estas canciones, con un sonido similar pero relativamente diferentes entre sí en duración y planteamiento, parece un cuadro individual, presentado junto a otros, que transmite una idea y una sensación particulares, a la manera de los Cuadros de una exposición descritos musicalmente por Modest Mussorgsky.
El grueso de este álbum está compuesto por dos temas largos, de 11 minutos cada uno, con títulos sucintos, como es costumbre por parte del grupo: The Gates y The Immortal Ones. Buena parte de ellos lo ocupa un mismo riff repetido interminablemente durante toda la sección central, con ligeras variaciones que evitar que resulte soporífero, siendo en cambio lo suficientemente insistente como para crear un efecto hipnotizante. Esta técnica tan básica consigue no obstante transmitir la impresión de un largo viaje con numerosas etapas gracias a la sutil evolución de los riffs, desarrollando un minimalismo bien entendido en el que, ciertamente, menos es más. Un pasaje como el descrito no tendría para nada el mismo efecto si figurara al principio de una canción o si constituyera toda su extensión, limitándose a 4 o 5 minutos en total. Sólo un formato tan amplio permite ofrecer un panorama global, en el que los detalles concretos desaparecen para dejar paso a la visión de conjunto. Y dicha visión es muy viva: inmensos parajes de desolación invernal en los que un odio ancestral se confunde con la amargura. Ambas canciones de épicas proporciones, la segunda melancólica, la primera más adusta, se repliegan invirtiendo las distintas fases esbozadas desde el comienzo. Pese a algunas honrosas excepciones, como Helix in Audience de Averse Sefira, los experimentos de canciones tan repetitivas y simples suelen salir mal (pienso por ejemplo en Wisdom of the Ancient Cult de Godless North o Circle of Eyes de Funeral Mist), porque es muy difícil mantener el hilo durante tantos minutos con tan pocos elementos a disposición. Entre los dos temas largos figura una especie de interludio furioso y veloz, en el que Hate Forest parece condensar en sólo dos minutos la misma fórmula expuesta antes y después en versión acelerada, un excelente contrapunto a lo que precede y sigue. Este corte termina abruptamente con un fundido en negro con teclado ambiental, un recurso empleado magistralmente por otro notable grupo de black metal con influencias ambient como es Sort Vokter. Los temas que figuran antes y después de la sección central que acabamos de describir parecen sometidos a ella: los dos primeros son un contacto inicial apresurado y parcial, los dos últimos, una despedida de intensidad descendente que acaba con unos sencillos acordes lentos y fúnebres a modo de conclusión.
La estructura es aquí muy importante, ya que determina que Purity deba ser escuchado de principio a fin para ser comprendido. Cualquier exposición incompleta no podría dar cuenta de la obra en su conjunto, y daría pie a una interpretación mucho menos positiva de su afán reiterativo. Este disco podrá gustar más o menos, pero cumple con su visión y se ajusta a ella, con un estilo muy característico a pesar de ser básico. El resultado final, no lo negaremos, no deja de ser muy homogéneo, y su escucha no será fácil para quien no esté familiarizado con la idiosincrasia del género, pero si uno se deja sumergir por entero en la experiencia seguramente encuentre algo de provecho en ella. Esta música es una posible banda sonora para atravesar tundras inhóspitas, glaciares interminables o crueles desiertos de sal, con una mezcla de sensaciones entre el temor que producen los climas extremos y la fascinación al contemplar las extrañas maravillas de la naturaleza salvaje. Es posible afirmar que el nombre escogido para el álbum, Purity, se ajusta a la perfección a su contenido, no solamente porque se trata de la fórmula depurada de un black metal minimalista que ha encontrado un formato viable, sino porque remite también a la esencia del tema tratado, que se exhibe en la portada y se experimenta en la música: la pureza en estado bruto de la naturaleza. Pese a sus limitaciones estilísticas y escaso despliegue de recursos, Hate Forest no deja de ser, en opinión de este cronista, mucho más interesante que casi cualquiera de las miles de “one-man-band” de black metal atmosférico surgidas desde mediados de los noventa en pos de la estela dejada por Burzum, todo sea dicho bastante fácil de seguir, muchas de las cuales entran dentro de la denominación, acuñada por alguien anónimo con mucho sentido del humor, de “bedroom black metal”. Huelga decir que, como suele ocurrir en cualquier nicho muy específico, en ese subsubgénero la calidad brilla por su ausencia y los grupos verdaderamente salvables se cuentan con los dedos de una mano. Si tuviera que elegir, me quedaría con Burzum, Ildjarn, Sort Vokter y Hate Forest. Todos ellos comprendieron que una mayor sencillez puede redundar en un incremento de la expresividad, y escogieron esa vía para crear la música que les dictaba su corazón. Lo demás es marear la perdiz, bien sea por ausencia de talento, falta de ambición u objetivos demasiados espurios, como asustar a los vecinos o asombrar a un puñado de seres afines en alguna red social.