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JUNIO DE 2016 - DISCO DEL MES:
GRAVELAND - FIRE CHARIOT OF DESTRUCTION (2005)


 Tras varios meses comentando álbumes recientes, he decidido volver la vista atrás y reseñar un disco que llevo escuchando ya diez años, aunque no fue hasta hace unos meses cuando pude por fin adquirirlo en mi último pedido a un sello (Drakkar Productions esta vez). Dudo que sea el mejor disco del grupo (probablemente es Thousand Swords), ni tampoco el más logrado (quizá sea Memory and Destiny), pero a mi modo de ver sí es el más representativo de la etapa de madurez de su discografía, por los motivos que trataré de desgranar a continuación. Ya he escrito en muchas ocasiones, y no me canso de reiterarlo, que Graveland es uno de los mejores grupos de black metal que existen y han existido nunca, con un nivel de calidad constante, una destacable coherencia estilística y una magnífica evolución a lo largo del tiempo que no admiten rival. Que no sea más famoso o aceptado se debe principalmente a su postura políticamente incorrecta, en línea con la extrema derecha racista en la que se ubica una parte notable de los grupos polacos y eslavos en general. No obstante, no se trata de una formación NSBM al uso, ya que no opera a modo de arma propagandística, y las acusaciones de radicalismo tienen su base en determinadas declaraciones en entrevistas antes que en lo expresado a través de la música y las letras. El hecho de no haber podido contar nunca con una discográfica fuerte y de haber sido vetado en numerosos círculos no ha impedido a su fundador y única fuerza creativa, Rob Darken, seguir adelante frente a todos los obstáculos, montando él mismo su propio estudio y componiendo su música con absoluta libertad. Graveland ha pasado por diversas fases, que van desde sus comienzos con un black metal crudo inspirado por Emperor y Darkthrone (The Celtic Winter - Carpathian Wolves), pasando por una reinterpretación de la música folk (Thousand Swords - Following the Voice of Blood) hasta un formato influido por Bathory y la música de las películas épicas que se inicia con Immortal Pride y alcanza su cúspide con Memory and Destiny, funcionando a modo de sinfonía clásica con temas extensos y amplias estructuras para expresar una hondura heroica de altos vuelos. A esta última etapa pertenece el disco que nos ocupa así como buena parte de sus trabajos más recientes a excepción de las últimas grabaciones, en las que Darken incorporó a la violinista de su proyecto paralelo Lord Wind para imprimir un toque más folk al conjunto, poco antes de organizar una nueva formación estable con la que empezar a dar conciertos, tras más de dos décadas de andadura (¡!). Como puede verse, estamos ante un grupo de lo más atípico, como no puede ser de otra forma cada vez que se aborda a los grupos más singulares.


Graveland - Fire Chariot of Destruction (No Colours, 2005)


 El disco que nos ocupa, Fire Chariot of Destruction, es un perfecto ejemplo de la fórmula consagrada de Graveland, que mezcla sus raíces en el black metal e influencias folk primitivas con la épica de Bathory y la majestuosidad de la banda sonora de Conan el Bárbaro para forjar un estilo tan único y personal como profundamente metálico en su romanticismo y contundencia. Sobre una batería sencilla pero potente que se limita a marcar el ritmo se desgrana una serie de riffs largos ejecutados con parsimonia, y aderezados con una voz rasposa que impulsa la cadencia en lugar de liderarla. Las distintas frases se van relevando unas a otras, apoyándose entre sí y repitiéndose en una acumulación que crece lentamente hasta llegar a una resolución lógica. Las transiciones se dividen entre lentas o muy bruscas, imprimiendo a las canciones un dinamismo que compensa su duración considerable. La baza principal de estos temas son sus riffs, motivos estimulantes y muy logrados que retienen en todo momento la atención y aseguran buena parte del disfrute, combinándose a la perfección para construir verdaderas narraciones que dejan huella en el oyente. Su protagonismo eclipsa unas líneas de bajo discretas pero robustas y una percusión minimalista y funcional que no deja de ser efectiva. Hace ya lustros que se echan de menos las prestaciones más imaginativas y enérgicas de Capricornus a la batería, pero no es menos cierto afirmar que en Graveland la percusión nunca ha tenido un papel preponderante. Lo que sí deja su huella son los teclados empleados con profusión por Darken, un instrumento que en sus manos suena como una auténtica coral, y aparece tanto al principio de los temas a modo de recurso evocador, casi wagneriano, como en el clímax y la conclusión para reforzar las repeticiones finales de un mismo segmento en forma de rotundo colofón, una estrategia que tiene parangón en muchas obras de música clásica. El secreto de este grupo es la hábil combinación de elementos por sí mismos bastante sencillos en una estructura que envuelve y atrapa en sus reiteraciones hipnóticas y cambiantes, con un método de composición cíclica que bebe directamente de las sinfonías románticas, un desbordante sentido de la épica propio del cine y los siempre efectivos y atrayentes ritmos que se intuyen eslavos pero podrían pertenecer a cualquier otra tradición musical del acervo europeo, desde L’Ham de Foc hasta Hedningarna. Si a todo ello le sumamos chillidos ocasionales que parecen provenir de criaturas mitológicas (¿huargos?, ¿valquirias?), rugidos del viento y una vigorosa base de percusión y bajo típicamente metálica, que añade brío y potencia al conjunto, entenderemos por qué esta música eleva y retrotrae a épocas pretéritas y gloriosas que uno nunca ha visto ni vivido pero de alguna forma anidan en la conciencia de todo ser humano.



 Todos los discos de Graveland, en mayor o menor medida, pueden abordarse como una aventura o un viaje de emociones fuertes y colores vivos por un pasado indeterminado a caballo entre la historia y la leyenda. Su signo distintivo son las melodías hiperépicas compuestas a base de fantásticos riffs que asombran y emocionan al mismo tiempo. Naturalmente no todas las canciones son siempre excepcionales, y este álbum no escapa a la norma, ya que siempre hay un tema o dos algo menos brillantes que no llaman tanto la atención, pero no es algo que llegue a torpedear el conjunto, ya que las demás sí que son sobresalientes. Bajo mi punto de vista, la más lograda en este caso es “Creator and Destroyer”, un himno consagrado a la gloria de Odín, expresado en el inglés tan imperfecto como entrañable de Darken, que comienza con un sonido de cuerno que parece llegar desde un drakkar perdido en mitad de la bruma para continuar con frases largas y hermosas ejecutadas con distintos ritmos y transiciones simples pero muy naturales. No me canso de escuchar una y otra vez esta canción, a pesar de los muchos años que llevo haciéndolo, porque a mi modo de ver encarna el verdadero espíritu del metal: exaltación del poder en términos absolutos y añoranza de un mundo antiguo que no por ser indefinido resulta menos intenso e inspirador. Algunos de los motivos, dispuestos sobre un redoble potente de batería, recuerdan lejanamente a las obras más emotivas de Mendelssohn o Mahler. Las primeras veces que oí este tema, hace ya casi once años, fue en formato promocional, sin voces ni arreglos definitivos, pero aquello bastaba para transmitirme la sensación descrita, porque lo importante es la organización de los elementos, no su brillo o su pureza individual. Me gustan todos los álbumes de Graveland, cada uno a su manera, pero aunque aprecie en gran medida Dawn of Iron Blades o Will Stronger Than Death, por no hablar de Memory and Destiny, este disco en concreto siempre me ha parecido la formulación más perfecta de un estilo depuradísimo que aquí se muestra en todo su esplendor. Sea esto una observación subjetiva o no, lo cierto es que lo recomendaría como vía para profundizar en el grupo más allá de los clásicos indiscutibles enumerados más arriba, porque sabrá satisfacer a los más exigentes. Aquí no hay un gramo de pose ni de relleno, esto es música genuina y auténtica de inspiración guerrera para enfrentarse a las dificultades y los desafíos de la vida sin miedo ni remordimientos. Pasados diez años desde su publicación, su naturaleza permanece intacta, lo mismo que sus cualidades.


Belisario, julio de 2016





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