MAYO DE 2016 - DISCO DEL MES:
PENSÉES NOCTURNES - À BOIRE ET À MANGER (2016)
Pensées Nocturnes - À boire et à manger (Autoeditado, 2016)
Mi idea para este mes era comentar alguno de los últimos discos interesantes que he escuchado, como las recientes publicaciones de Death Fortress, Embalmer u Occult Burial, pero ninguno de ellos me ha llamado especialmente la atención, por lo que he optado por remontarme a un título que salió hace ya unos meses pero he tardado en llegar a apreciar como creo que merece. Probablemente el nombre Pensées Nocturnes no sonará mucho a quienes lean estas líneas, yo mismo ignoraba hasta hace poco la existencia de esta discreta one-man band parisina, que suma ya cinco discos, todos ellos bastante underground, en el marco de una trayectoria relativamente breve. El penúltimo (Nom d'une Pipe!) fue publicado en 2013 por Les Acteurs de l'Ombre, con una respetable tirada de 1.000 copias, pero este que nos ocupa está autoeditado por su creador, conocido como Vaerohn, al igual que hizo con su tercer álbum de 2011 (Ceci est de la musique), que ni siquiera vio la luz oficialmente. Desconozco el tipo de música que presentaban sus primeros trabajos, que algunas fuentes designan como black metal depresivo o sinfónico sin más detalles, pero parece bastante claro que ha habido cierta evolución hasta llegar al momento presente. Por lo que he podido ver, À boire et à manger se cataloga como metal “neoclásico” o “vanguardista”, aunque mi opinión es que dichos apelativos se han escogido como cajón de sastre a falta de algún término más exacto, basándose en el hecho de que el disco presenta instrumentos “clásicos” y que su fórmula es bastante poco convencional. Si consideramos que, en sentido estricto o al menos en origen, black metal neoclásico es lo que hacía Profanum (o, siendo menos serios, Peccatum) y black metal “vanguardista” es el estilo de Arcturus, Ved Buens Ende o Fleurety, ninguna de las dos etiquetas da en el clavo. Mi propuesta es meramente descriptiva: este álbum es black metal fusionado con música de cabaret, de circo, swing y music hall francés de los años treinta y cuarenta. Cualquiera que lea esta definición fruncirá las cejas de inmediato, como hice yo durante la primera escucha, pero el disco está tan bien hilvanado y construido que de alguna forma la mezcla abigarrada funciona y tiene vida y voz propias.
La base de Pensées Nocturnes y sin duda también el trasfondo de su creador están firmemente enraizados en la tradición del black metal francés, como puede percibirse en sus riffs tan ásperos como melódicos y sugerentes. A este marco de guitarra, bajo y batería, que es más elemento principal que telón de fondo, se añaden instrumentos dispares propios del jazz, como piano, clarinete o trombón, capitaneados por una sonora trompeta, empleados todos ellos a pequeñas dosis y de forma distinta en cada canción. En un primer momento el conjunto resulta sumamente extraño y estridente, aberrante incluso, pero con un poco de paciencia uno termina por descubrir una cohesión interna, y en esa altura es cuando empieza a disfrutar del peculiar festín musical. Si la fórmula funciona es fundamentalmente por dos motivos esenciales. Por un lado, las guitarras no dejan de ser el instrumento clave, ejecutando casi todas las melodías a modo de punteos lánguidos pero ágiles, a diferencia de toda la ola de grupos pueriles con instrumentos “tradicionales”, como Korpiklaani, Eluveitie o Alestorm, en los que la guitarra se limita a una mera línea rítmica copiada de Judas Priest o Iron Maiden que sirve de soporte a melodías plagiadas a Alan Stivell, The Dubliners o The Pogues. Por otra parte, los instrumentos “inusuales” están tocados de verdad, no se trata de samples, lo que da muchísima más fuerza y empaque a su contribución al estar grabados con la misma producción recia y seca, sorprendentemente densa para ser casera, que caracteriza al conjunto. El grupo logra la proeza de que todos ellos combinen bien con los instrumentos propios del metal, en un todo uniformemente melancólico y oscuro, como una extraña banda heavy tocando en un cabaret de entreguerras en una película de David Lynch. Los interludios más jazzísticos dentro de las propias canciones, así como los largos y variados inicios y finales de las mismas, únicos espacios en los que sí tienen cabida diversos samples, introducen algo de variedad y aportan mucha atmósfera a una estética perfectamente coherente, dentro de lo extrañamente híbrido.
El grupo que más se asemeja a este estilo particular sería, a mi modo de ver y salvando enormes distancias, Finntroll, en su manera natural y honesta de introducir elementos del folk y el swing en un formato inequívocamente metálico, cuyo fin último es genuinamente musical y nunca persigue epatar al neófito ni ser falsamente distinto, como hacen los grupos de folk metal mencionados más arriba. Pensées Nocturnes comparte esta sinceridad no solamente en su voluntad manifiesta de crear música orgánica y real que funcione como unidad armoniosa, sino también en su forma sutil de integrar influencias dispares sin acabar pareciendo una caricatura grotesca de las mismas. Así, tenemos un tema instrumental que remite veladamente a Erik Satie (Interlude satierienne), siendo una fiel versión metálica de una de las obras de dicho compositor, otro tema que se parece enormemente a las canciones de Edith Piaf (Les yeux boiteux) y una java al estilo de Charles Trenet o Claude Nougaro (La java niaise). Todas estas referencias no se exhiben a modo de curiosidades exógenas, estando tan imbricadas en la música que no se distinguen a menos que uno las conozca previamente. Sirva como ejemplo el detalle de que el tema con la letra más lúgubre y los calambures más forzados (L'Hélicon) es una versión de una famosa canción francesa de los años sesenta, absolutamente irreconocible en esta lejana reencarnación. Esta riqueza en las fuentes tiene su paralelo en las letras, todas ellas en francés, que abundan en juegos de palabras, alusiones grotescas y sombrías que desvelan una pluma a un tiempo ingeniosa y decadentista. Es en parte una pena que, debido a unas voces que varían entre berridos desgarrados y cantos con voz exageradamente grave, éstas no puedan entenderse bien a menos que uno siga los textos, aunque probablemente este sea uno de los múltiples puntos en los que el autor optó por no ponérselo fácil a sus oyentes. En términos generales esto se aplica al conjunto del disco, cuya recepción no es nada sencilla y requiere cierto esfuerzo, que se ve recompensado cuando uno comprende, quizá a la tercera escucha, como un servidor, que está ante una obra personal, trabajada y muy sincera, compuesta por un tipo al que visiblemente poco le importa vender cien copias en lugar de mil o dos mil si quienes las compran las aprecian de verdad. Esta independencia y autenticidad son perceptibles a lo largo de todo un álbum en el que, como reza su título, il y a à boire et à manger, expresión francesa que en román paladino equivale a decir que hay un poco de todo, tanto bueno como malo, un lejano pariente de nuestro castizo “una de cal y otra de arena”. En mi opinión esto define bien la heterogeneidad del disco, sin que por ello su calidad pueda considerarse irregular. Posiblemente este álbum no vaya a ser del gusto de todos, pero ello no quita que sea muy íntegro y logrado, así como absolutamente original. Y si a pesar de todo uno quiere escuchar lo de siempre, para eso ya tiene otros cientos de grupos.