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JUNIO DE 2015 - DISCO DEL MES:
AT THE GATES - THE RED IN THE SKY IS OURS (1992)


 Para el mes de junio voy a reseñar un disco que he escuchado docenas de veces durante los últimos diez o doce años, y nunca había tenido en formato físico hasta que me lo compré en uno de los puestecillos de venta en el último Hellfest. Que me fijara en ese cedé en concreto no fue algo aleatorio, ya que el propio grupo tocaba en el festival, tras haber sacado hace un año un disco nuevo que sella el retorno creativo de estos grandes del death metal sueco desde que decidieran volver a juntarse de manera estable en 2010. Hablar de At the Gates es mencionar a los fundadores del estilo “Gothenburg”, o “Gotemburgo” en castellano (por la ciudad de origen del mismo), una variante de death metal melódico que pronto degeneró en una mezcla de groove metal (léase Pantera/Sepultura en 1992) y rock con riffs llamativos disfrazada de death metal que los catapultó a la fama junto a otros compatriotas suyos, los también malogrados Dark Tranquillity o los célebres In Flames, que nunca llegaron a hacer nada realmente decente, influyendo en grupos posteriores tanto o más tediosos y comerciales, como Soilwork o Arch Enemy. Digo malogrados porque At the Gates fueron en sus inicios un grupo increíblemente talentoso que explotó como nadie el potencial melódico del death metal en las composiciones ambiciosas, multiformes e imaginativas de este primer disco que nos ocupa.

 A esta ópera prima le siguió un segundo álbum (With Fear I Kiss the Burning Darkness, 1993) que aprovechaba la inercia del debut sin aportar demasiado, y un tercero (Terminal Spirit Disease, 1994) en el que el grupo, como tantos otros por aquellas fechas, decidió que no tenía sentido currarse un disco de death metal único e inconformista cuando podían emplear su talento en hacer heavy metal y rock convencional que pudiera venderse a más gente. El cuarto y último título de la etapa clásica, Slaughter of the Soul (1995), fue también el slaughter o sacrificio definitivo de toda la creatividad y el brillo que les había acompañado hasta entonces, sustituyendo definitivamente la arquitectura de riffs por una mera línea de ritmo que cabría calificar de neo-thrash y encontramos en todo su mediocre apogeo en The Haunted ,el grupo fundado posteriormente por la mitad de los miembros de la formación después de disolverse hacia 1996, agotados por las incesantes giras de su última etapa. The Haunted, en su primer álbum al menos, suena a At the Gates diluyendo a Sodom en hardcore punk, con la misma destreza de siempre pero sin alma ni personalidad, aunque con esas mismas palabras cabe describir al disco inmediatamente anterior de los mismos compositores. The Red in the Sky is Ours, no obstante, es harina de otro costal.


At the Gates - The Red in the Sky is Ours (Deaf Records - Peaceville, 1992)


 Como era de prever, el nuevo disco tras la reunión (At War with Reality, 2014), bebe mucho más de su etapa posterior que de su sonido inicial, y es una reinterpretación del estilo de Terminal Spirit Disease y Slaughter of the Soul pasados por el tamiz de Slayer, es decir, nada demasiado original ni que merezca mucho la pena. Tampoco me sorprendió mucho, aunque esto quizá sí me pareció más triste, que tocaran una única canción del primer disco durante todo su recital en el Hellfest, la misma de siempre (Kingdom Gone), supongo que para contentar a los numerosos fans que acudían para oír sus temas más populares y facilones. Una pena, porque el disco debut, como he podido volver a comprobar en varias ocasiones durante estas últimas semanas, no tiene desperdicio alguno, es un disco redondo de principio a fin. Fiel a las premisas del death metal, las de la buena época al menos, las estructuras circulares se evitan en favor de una repetición de los mismos riffs con ligeras mutaciones, lo que da como resultado una forma narrativa basada en un progreso y no en una reiteración. El aspecto melódico consiste en una sobreabundancia de trémolos coloridos ribeteados con riffs emotivos y de gran belleza, en un conjunto fluido y variado que funciona mediante contrastes armónicos, muy al estilo de la música clásica decimonónica. Las estructuras son en ocasiones muy teatrales en su mezcla de expectación y descarga, como en Kingdom Gone, que por ese motivo se presta al directo, en otras la tensión queda garantizada por una ejecución hábil y dinámica (Through Gardens of Grief), con una energía rebosante que nunca escapa del todo a un control clarividente. Cabe señalar no obstante que es en estos temas más directos donde es fácil intuir que, sin dirección o por inercia, esta fórmula podía degenerar en pura técnica sin contenido que acabara siendo un muermo, como finalmente sucedió. Pero no es el caso de este disco. Hay canciones más lentas (Within, Neverwhere), que tardan en abrirse y van desplegándose poco a poco, y otras (Windows), que encierran bellísimas melodías dentro de un rosal espinado de riffs, pero todas ellas comparten el mismo tono melancólico y épico. El disco en general es bastante variado, a diferencia de los posteriores, en los que es tan difícil distinguir una canción de otra como no acabar bostezando antes de que termine.





 En un recurso que no volvieron a repetir, la formación incluye un violín a modo de matiz que acentúa el punto melancólico de varias canciones, sin ser un elemento falsamente original, sino algo anclado en la tradición sueca, como puede verse en grupos de folk de aquel país, por ejemplo en Väsen. No se trata de "el grupo que usa violín", sino de un grupo que hace uso de un instrumento algo inusual de manera lúcida y natural. Por su parte, los ganchos rítmicos son puntillas que apuntalan un todo coherente, no un fundamento, como sucede en el groove metal ante el cual el grupo acabó claudicando. En esos detalles, así como en la finura de la ejecución, es donde sale a la luz la notable habilidad técnica de todos los músicos (cantante incluido, con un estilo desgarrado y potente a lo Martin van Drunen pero en clave más aguda), que se deleitan en abundantes juegos de dos guitarras, tocadas a la vez o en paralelo, con una percusión siempre cambiante y un bajo que emerge a menudo a modo de contrapunto rítmico. En contraste parcial con una música tan ágil y viva, las letras describen con pesimismo estados mentales de soledad y sufrimiento, o son metáforas fantásticas de mundos oscuros y sombríos a los que uno se asoma con desesperación, lo que en el fondo encaja con el poso profundo de melancolía y épica mencionado anteriormente. Al igual que ocurrió con todos los demás parámetros musicales, también las letras fueron desvirtuándose con el tiempo hasta adoptar un tono más intimista y lastimero, sin casi rastro de épica, como es el caso de Slaughter of the Soul. Mi consejo es pues olvidarse de todos esos discos mediocres que dejan mal sabor de boca y concentrarse en ésta su obra maestra (con incursiones adicionales en With Fear I Kiss the Burning Darkness o Gardens of Grief, su primer EP de 1991), porque no tiene sentido regodearse en lo que sólo puede ofrecer matices, sucedáneos o remedos cuando hay tantas cosas buenas y auténticas por (re)descubrir.


Belisario, julio de 2015





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