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DEAFHEAVEN, O LA NORMALIZACIÓN DEL METAL


Deafheaven, el rostro amable del post-black metal


 Hace unos meses decidí obedecer a mi curiosidad, aun a sabiendas del daño que esto podría acarrearme, y darle un par de escuchas a un disco publicado en 2013 del que se ha hablado mucho desde entonces: Sunbather, del grupo Deafheaven. Me esperaba un álbum de metal al estilo Alcest, muy ruidoso pero blando y facilón en el fondo, pero la verdad es que el producto que se escondía detrás de un nombre de grupo en mi opinión más estúpido que irónico me disgustó todavía más que la sugerente vacuidad de la mencionada formación francesa. Lo más inquietante, y de hecho la razón principal que me hizo acercarme a este grupo estadounidense de reciente aparición, es que se trataba de un presunto grupo de black metal que no obstante había recibido muy buenas críticas por parte de toda una serie de revistas y sitios web generalmente enfocados al indie rock y estilos similares, medios con los que no estoy muy familiarizado, pero por lo que sé gozan de una repercusión bastante mayor de la que tienen los que se centran únicamente en el metal. Lo que más me interesaba era descubrir cómo podía ser un disco de black metal que contara con el beneplácito de una prensa tan ajena al género, al menos en principio.

 La respuesta era muy sencilla: Deafheaven no es black metal. Al menos no black metal al uso, como lo entendería quien esté familiarizado con el estilo. El propio grupo se define como “post-black metal”, lo cual, como ocurre con la etiqueta “post-metal”, implica que su música tiene más de post-rock o rock atmosférico que de otra cosa. En realidad la base es más bien un shoegaze similar al Loveless de My Bloody Valentine, al que se han agregado determinados elementos superficiales (voces gritadas, patrones de batería, intensidad de las guitarras) propios del black metal, que adornan más que completan un núcleo firmemente anclado en el rock moderno más lánguido sin lograr que se decante hacia el metal. Las canciones son largas y repetitivas, y en su intensidad monótona podrían recordar a los primeros trabajos de Drudkh, si no fuera porque la densa melancolía de los ucranianos queda sustituida aquí por un tono alegre y despreocupado hasta en las partes más duras, en alternancia con pasajes tranquilos entre acústicos y ambientales que para cualquier melómano curioso que haya escuchado algo de Mogwai o Godspeed You! Black Emperor no plantearán nada nuevo. Por otra parte, las letras son sentimentales y delicadas, más acordes con la música pop que con cualquier tipo de metal, por no hablar de la portada, que al parecer el grupo defiende orgullosamente como la primera portada de un disco de black metal que es de color rosa; sin duda, una relevante aportación al género… En resumen, la fórmula de Sunbather tiene mucho más de Sigur Rós que de Burzum, si por Burzum entendemos únicamente elementos aislados y sacados de contexto de un disco más o menos accesible como es Filosofem. No soy capaz de afirmar si Sunbather es o no un disco malo, porque carezco del conocimiento necesario para juzgar discos de post-rock con criterio, aunque supongo que dentro de su estilo se trata de algo brillante e innovador, como afirman los medios afines. Mi conclusión desde el punto de vista del metal es que este álbum, que más de una de las reseñas que he consultado destaca por su “belleza” y “suavidad”, definitivamente no es un álbum de black metal, a pesar de que toda su manida originalidad resida precisamente en el hecho de parecer uno especialmente heterodoxo.


El disco de la discordia


 El motivo por el que Sunbather pretende ser black metal a pesar de no serlo es el mismo que cíclicamente mueve a un número considerable de grupos a aproximarse parcialmente al metal, adoptando algunos de sus rasgos para ganar en fiereza e intensidad, pero sin imbuirse del espíritu firmemente arraigado en el género, que es el que define su esencia. Esto es así porque el metal fascina y al mismo tiempo asusta, y por eso únicamente se copian los elementos superficiales que puedan apelar a gustos más amplios, guardando siempre las distancias con todo aquello que repugna a la gente normal, como pueda ser el satanismo, las opiniones de Varg Vikernes, la actitud misántropa de muchos grupos de black metal y, en general, todo aquello que hace del metal, especialmente el black metal, un estilo predominantemente antisocial. Los grupos como Deafheaven suelen enmarcarse a sí mismos dentro del metal, pero desvirtúan de tal manera la naturaleza del mismo que terminan siendo otra cosa: una amalgama de rock con apariencia de metal, que pueda gustar a más gente fuera del ámbito del metal, porque a fin de cuentas de eso es de lo que se trata. Cabe definir con propiedad a este tipo de grupos como intrusos en toda regla, ya que se apropian de un nombre que remite a algo concreto y determinado y lo utilizan para algo distinto.

 El intrusismo tiene una larga genealogía en el metal. En los años ochenta fue el hard rock, que nació del heavy metal, el que abrió las puertas al mercado del rock comercial; en los noventa, el nu-metal y subgéneros similares, que copaban los canales de televisión y podían gustar a cualquier quinceañero; a partir del año 2000, el metalcore, que logra una vez más que cualquiera pueda afirmar que le gusta el metal y, desde hace unos años, el post-metal, la enésima encarnación del híbrido que pretende ser metal sin serlo, logrando un éxito comercial al uso merced a la apariencia de algo prohibido y peligroso. Todos estos subestilos han sido engendrados invariablemente por músicos ajenos al metal, de ahí que traten de convertirlo en algo abierto y sociable que pueda gustar a todo el mundo y todos puedan compartir. Las grandes discográficas han favorecido y apoyado una y otra vez estos fenómenos, porque se basan en una pose de rebeldía que resulta inofensiva pero llama siempre la atención y permite a cualquiera fardar y destacar gracias a ella, y eso es lo que vende, ¡y vaya si vende! No es de extrañar por tanto que todas las variantes de seudometal que hemos mencionado, incluido el post-metal, hayan sido y sean tan populares, y que un grupo como Deafheaven pueda ser alabado por prensa musical más mainstream que underground a pesar de compartir filiación, al menos en teoría, con algo tan siniestro e inquietante como pueda ser el black metal para la mayoría de la gente.


Busca las siete (mil) diferencias


 El auténtico metal es algo muy distinto a lo descrito. En primer lugar, no es social, ni popular, ni siquiera amable. El metal se define, además de por sus rasgos musicales, por hablar sin tabúes ni eufemismos de verdades duras, como la muerte, la guerra, la crueldad humana o el fin del mundo, no como temores que deben ser evitados y silenciados, sino como experiencias terribles a las que se enfrenta el ser humano, y lo hace de una forma que resulta violenta y desagradable para la mayoría de las personas, expresando no obstante una belleza escondida que hay que buscar en lo más hondo. Es eso lo que determina su sonido áspero y no al revés, de ahí que las letras triviales o sensibleras no encajen en el formato no solamente por la falta de costumbre, sino porque no tienen nada que ver con el fundamento que da pie a ese tipo de sonoridades. Esta definición del metal es mucho más amplia y laxa de lo que puede parecer, ya que se aplica en términos generales a grupos tan dispares como Sammath, Primordial, Summoning, Varathron, Necros Christos, Demoncy, Imprecation, Desecresy o Teitanblood. El verdadero metal busca expresarse sin tapujos y no le preocupan las convenciones ni socializar, razón por la cual está destinado a una incomprensión generalizada. En esencia, se trata de un antiproducto, que espanta mucho más de lo que atrae. De hecho, históricamente cada género de metal underground ha surgido como respuesta a los ya existentes, tratando de ir más allá de lo que se juzgaba demasiado comercial o convencional. Por supuesto, el metal también triunfa y vende, en ocasiones de manera insultantemente comercial, como es el caso de los discos de Watain más recientes, pero siempre a menor escala, y se concibe a sí mismo como algo distinto en oposición a todos los estilos de música más comerciales. Cabe hablar de un “espíritu” del metal: una conciencia guerrera e indómita que se expresa mediante un lenguaje a medio camino entre lo mitológico y lo histórico y, como los héroes de las leyendas antiguas, se sumerge en la oscuridad y lo desconocido en busca de la experiencia verdadera. Esta es la esencia que comparten todos los subgéneros del metal, la que los define globalmente, más allá de la instrumentación o las técnicas musicales. Todo lo que no responda a este espíritu no es metal por definición, y cuanto más se aproxime al rock convencional, más parecido será por ende a la música comercial, y también a los best-sellers, los programas de televisión de moda, las películas de Hollywood y otros productos de masas de nuestro tiempo: formas de entretenimiento superfluas, intercambiables e inocuas que cualquier idiota puede disfrutar.

 El black metal había sido hasta hace poco un terreno relativamente inmune al intrusismo, si exceptuamos la deriva comercial de muchos grupos de la vertiente más melódica a partir de mediados de los noventa, que fue más una desvirtuación interna de la fórmula inicial que una suplantación operada desde el exterior como la que vemos hoy en día, y prácticamente no llegó a triunfar más allá de los confines del heavy metal. El “post-black metal” de Krallice, Liturgy o Wolves in the Throne Room, entre otros grupos que pretenden ser black metal sin serlo (o, como ellos afirman, “sobrepasar los límites” del género) es, al igual que sucede con la inmensa mayoría de farsantes que suplantan el espíritu, un intento de saborear las delicias de la rebeldía evitando sus riesgos. Todas esas formaciones quieren parecer únicas y especiales, pero cuidándose de quebrantar las reglas, lo que queda patente en el hecho de que, en el fondo, su música y sus letras, al igual que su aspecto, su forma de presentarse y el público al que apelan, son profundamente “normales”, en el sentido de que se ajustan a las normas, permaneciendo siempre dentro de lo socialmente aceptable y deseable. Desde la perspectiva épico-guerrera del metal de verdad, este seudometal se identifica claramente como música espuria porque, en las palabras despectivas que usaba Gustave Flaubert en su correspondencia para referirse a Alphonse de Lamartine, “c'est un esprit eunuque, la couille lui manque, il n'a jamais pissé que de l'eau claire”.


¿Concierto de black metal o Festival de Benicàssim?


 Dicho esto, es importante trazar la frontera entre lo que verdaderamente es metal y lo que pretende apropiarse de la etiqueta para vender otra cosa, aunque en ocasiones no resulte obvio a primera vista. Una cosa es que el 90% del metal (si incluimos hasta el último grupo más remoto y desconocido) sea música mediocre, lo que también ocurre en la mayoría de los géneros musicales y probablemente en todas las manifestaciones artísticas, y no deja de ser una regla general e inevitable; otra cosa es que se permita que pase por metal algo que no lo es, generando confusión e indefinición y contribuyendo a la larga al declive del estilo. El rechazo al “post-black metal” de Deafheaven, y a su disco de “black metal“ que gusta a aquellos a quienes no les gusta el black metal, es la respuesta natural de quien aprecia el metal por ser algo distinto y sincero y no desea que nadie lo mine por dentro. No en vano, desenmascarar a los impostores siempre ha tenido gran importancia en el metal, desde los tiempos en que Manowar entonaba aquello de “wimps and posers, leave the hall!”. Esto se enmarca en la misma lógica según la cual se debe favorecer a los grupos buenos sobre los mediocres, apreciar el auténtico metal, así como el que lo es en espíritu más que en forma, y reivindicar los clásicos sin importar los años que pasen. Así es como actúa quien ama una cosa profundamente y no desea que se convierta en algo trivial e impersonal, en una mercancía más de un mundo gris, mecánico y mezquino contra el cual el metal, con su fantasía y romanticismo, lleva décadas en guerra.


Belisario, diciembre de 2014





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