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CÓMO VIVE UN METALERO


 Este artículo bien podría haberse llamado “¿cómo vive un heavy?”, pero debido a que, según las estadísticas, la mayor parte de mis lectores son de allende el gran charco, he preferido emplear un término más internacional. Se podría decir incluso “¿cómo vive un hessian?”, aunque eso acotaría excesivamente la comprensibilidad del título para lectores no iniciados. El propósito de los párrafos que vienen a continuación es trazar una semblanza de lo que podría ser la vida e ideas de alguien que escuche regularmente heavy metal, y más concretamente, metal extremo (principalmente black y death metal), y permite que ello ejerza influencia sobre su vida.

 No se confundan, no leerán aquí un modelo arquetípico, ni un esquema que intente englobar todas las formas de pensar de los distintos tipos de fans del heavy metal que existen por el mundo. En realidad no estoy muy seguro de que lo que desgrano a continuación no describa exclusivamente la idea que tengo de mí mismo y quizá a algunos individuos más, o ni siquiera, pero constituye una cosmovisión a mi juicio tan clara y sólida que merece ser transmitida, aunque sólo sea para enfrentarla y cotejarla con el murmullo interminable del discurrir del mundo.

1. Música

 Un metalero escucha heavy metal. Esto puede parecer obvio, pero no significa que escuche cualquier tipo de heavy metal, “every single metal” como dirían algunos infames. El metalero es erudito y selectivo para con su música. No escucha la primera porquería que cae entre sus manos, ni tampoco se fía de lo que las revistas mercantilistas puedan querer aconsejarle interesadamente. Se nutre más bien de las informaciones que obtiene de primera mano, bien sea a través de recomendaciones, fanzines, intercambio musical o, en estos tiempos cibernéticos, de lo que puede encontrar y compartir por la red de redes, que no es poco. El metalero cultiva con mimo su cultura musical, y obtiene de ella tesoros insospechados que los aficionados a estilos más frívolos no son siquiera capaces de imaginar.

 Por otra parte, no existe una fidelidad a ultranza a ningún grupo en concreto, como suele suceder con los fans de grupos de rock. El metalero mide por discos. Un grupo puede tener buenos discos en su discografía inicial, y después perder el rumbo; eso es lo más frecuente. El metalero no permanece ciegamente fiel hasta que el barco se hunda, pero tampoco se tira de los pelos en cuanto uno de sus grupos favoritos muestra síntomas de “flaqueza”. Se queda con lo bueno y punto, sin aspavientos ni melodramas. Para identificarse plenamente con los grupos y desvivirse por ellos ya están los poperos y los adolescentes.

 Cuando decimos que un metalero cultiva su cultura musical, estamos hablando de comprar los discos, acudir a conciertos y, en general, apoyar a los grupos que a uno le gustan. Descargar por Internet o pedir copias a colegas está bien, sobre todo para conocer nuevas cosas, pero generalmente apetece más tener la pieza auténtica entre las manos, por aquello de que quien aprecia algo de verdad normalmente quiere acceder a ello en condiciones. Los heavies compramos discos, apoyamos a nuestros grupos, nos implicamos en la música. De otra forma nada saldría adelante, pues el metal son los fans.

2. Estética

 Existe de antiguo un gran debate acerca de lo que es heavy y lo que no. Muchos afirman que se puede ser heavy sin que ningún rasgo externo (entiéndase, relativo al físico o a la vestimenta) lo delate, otros recalcan que no se puede sin que se cumplan unos “requisitos mínimos”. Yo soy más bien de la segunda opinión en lo referente a la perspectiva innegablemente identificativa del atuendo metalero, aunque también tengo comprobado que las personas que están realmente metidas dentro del mundo del metal no pueden evitar parecer parte del gremio además de serlo, por mucho que se vistan de chándal o de traje.

 A pesar de que con el tiempo la idiosincrasia ha derivado en algunos casos en un absurdo campeonato por ver quién es más heavy, o en un intento por parecer duro sin dejar de ser “guay”, para aumentar las posibilidades de cara al otro sexo, no se puede dejar de lado que la estética visual del heavy metal es antiestética, o cuando menos agresiva. No es un caso único ni mucho menos pionero, pero sí es una de las formas más genuinas de negarse a “vestir como los demás”. Al igual que detestan la música que escucha la mayoría, a los metaleros tampoco les gusta cómo viste el resto de la gente, y contra ello han desarrollado una micro-sociedad que se atavía como una mezcla de vaqueros del salvaje Oeste con bárbaros de película peplum, una mixtura burda y sin florituras, perfectamente reconocible.

 La vestimenta heavy es tanto una desmarcación individual como un símbolo de pertenencia grupal. Más de uno replicará indignado: “¡pero si vestís todos igual!”, sin darse cuenta de que incurre en una falacia argumentativa, porque vestir igual que el resto de los metaleros es menos “vestir igual” que hacerlo como lo hace el resto de la gente, cosa que probablemente practique nuestro muy individual interlocutor. No hay que darle una importancia excesiva al atuendo, al fin y al cabo no deja de ser algo completamente secundario, externo. Sin embargo, para el metalero es importante dar a entender de forma directa e inequívoca que desea quedarse fuera de todas las frivolidades contemporáneas, y no plegarse al juego de las modas caras y superficiales es uno de los pasos esenciales.

3. Actitud

 La estética de un metalero es importante para reconocerlo, pero más crucial resulta aún su actitud. A menudo es ésa la virtud que más se destaca de un determinado grupo o músico, por encima de sus cualidades artísticas o personales. En el metal no valen las medias tintas. No se puede hacer heavy metal y después rebajar el tono diciendo “lo hacemos por diversión/de broma”, una constante en los grupos de metalcore. El metal es serio y sin compromisos, y exige lo mismo tanto de quienes lo tocan como de quienes lo escuchan.

 Uno de los rasgos comunes a la mayoría de aficionados al heavy metal es que albergan un particular sentido del honor en lo tocante a las relaciones humanas. Es evidente que cada persona funciona, a la hora de la verdad, conforme a su propia escala de valores o doblegada por sus intereses egoístas, pero para los metaleros siempre hay lugar, aunque sea imaginario, para valores de antaño como puedan ser el honor, la lealtad o el cumplimiento de la palabra dada, nociones de un mundo antiguo idealizado que no por ser abstractas dejan de estar menos presentes. En el fondo podemos hablar de una forma profundamente romántica de ver la vida, negándose a enfocar las cosas como se suponen que son, en su faceta pedestre y funcional, y prefiriendo actuar como si pudieran ser más nobles y elevadas.

 Estamos hablando de todo un arquetipo mental, una pauta ideal de comportamiento, incluso, probablemente no común a todos los metaleros, pero sí en cierta forma familiar para todos ellos. En mitad del cenagal de egotismos que es la sociedad moderna, reivindicar valores que idealmente significaron algo en tiempos menos refinados y más violentos es una forma de protesta, un deseo de escapar a unos valores vacíos impuestos por los medios de comunicación y la moral social, que solamente puede materializarse con la creación y el mantenimiento de una subcultura dentro de la cultura imperante, un refugio donde cultivar otras perspectivas, otros ideales, otros objetivos.

4. Relación con terceros

 Los metaleros somos antisociales, hasta cierto punto. Una buena parte del hecho de diferenciarse del resto de los mortales en gustos musicales y aspecto proviene de la voluntad de querer apartarse de todos los aspectos del mundo moderno que no nos satisfacen. Esto no quiere decir que vivamos aislados, pero somos muy conscientes de que nuestros gustos e ideales no corresponden a los de la mayor parte de la sociedad.

 Esta diferencia se manifiesta bajo distintos aspectos. En primer lugar, en la actitud ante la vida. El metalero es práctico, realista, no se entrega a utopías positivistas ni tiene fe ciega en el ser humano. Cree en lo que conoce, y actúa en consecuencia. Por otra parte, no se deja engañar por la apariencia y el brillo de lo que la sociedad y las agencias publicitarias le intentan vender como meta de sus anhelos y ambiciones. Igual que escucha música ruidosa y desagradable a oídos legos, también le desagrada la visión hedonista y frívolamente egoísta de la sociedad contemporánea. A las grandes ciudades prefiere los espacios naturales, a las grandes concentraciones urbanas, la soledad y el silencio, a la sociabilidad vacía, las relaciones individuales.

 Todo lo anterior no quiere decir que un metalero no socialice como el resto de los mortales. En las situaciones prácticas de la vida, como el trabajo, los viajes o las gestiones cotidianas, es necesario interactuar con todo tipo de personas, y el metalero sabe y puede hacerlo como los demás. Pero eso no significa que tenga que estar de acuerdo con cómo funcionan los otros, y sobre todo no cambia la perspectiva de que casi todos ellos están viviendo una vida poco interesante, de escasa intensidad, y de que viven en un mundo de ilusión que niega o disfraza la muerte y las cosas desagradables y negativas de la vida para crear el falso espejismo de que todo es y debe ser felicidad, y de que el mundo seguirá cambiando permanentemente para mejor.

5. Filosofía

 Hemos dicho que el metalero es, en cierto modo, un ser aparte del resto de la sociedad, no sólo por sus costumbres e inclinaciones, sino también por su forma de pensar. Esto radica principalmente en el hecho de que se trata, filosóficamente hablando, de un nihilista. Que este término no nos remita a los anarquistas, a los terroristas rusos del siglo XIX ni a los misántropos o fatalistas de fachada que tanto abundan en las escenas musicales oscuras. Ser nihilista, desde un punto de vista intelectual, significa considerar que nada tiene un valor moral intrínseco, es decir, que nada es bueno o malo en sí, sino que su cualidad de positivo o negativo depende siempre de las circunstancias concretas, o del color del cristal con que se mire.

 Esto es importante, porque en el tipo de debate estándar de la sociedad actual se suele dar por hecho que muchas cosas son intrínsecamente buenas o malas, lo que nos lleva a acotar el espectro del discurso y a cercenar numerosas áreas de la percepción de la realidad por el hecho de que los demás las consideren impopulares, cínicas o sujetas a tabúes. A menudo, quien se impone en una discusión no es quien aporta los mejores argumentos ni los datos más convincentes, sino quien recurre a las ideas más políticamente correctas, si logra hacer creer que se Friedrich Nietzsche, el más celebre nihilista filosófico oponen a las de su interlocutor. Estamos tan acostumbrados a buscar el consenso a todo precio que no nos damos cuenta siquiera de que el 99% de nuestras conversaciones consisten más en socializar por socializar que en intercambiar información, aprender sobre los demás o revelar los verdaderos sentimientos e ideas más personales.

 Los nihilistas buscan reemplazar ese consenso fútil e hipócrita (aunque por lo general imperceptible) puramente convencional por un acercamiento más auténtico a la verdadera existencia, con todo lo que ésta tiene de terrible. Se trata, entre otras cosas, de tener presente que la muerte, las guerras, la enfermedad y las desgracias son parte ineludible de la vida, y de ser consciente de su abrumadora omnipresencia, relevancia y significado para cada vida humana individual, de lo que pueden extraerse valiosas lecciones, en lugar de hacer oídos sordos, rehuirlas o intentar disipar su importancia siempre que son mencionadas.

 Ser nihilista no quiere decir estar siempre hablando de temas lúgubres o escabrosos. Significa simplemente procurar mantener la mente lo más alejada posible de las trivialidades sociales, que para muchos se han convertido en la única realidad, y reflexionar acerca del futuro, del vasto universo y del sentido de la vida sin las ataduras de unos valores no cuestionados, sin moralizar, sin unas ideas preconcebidas que son producto de las modas y sin la tendencia contemporánea a quitarle hierro y sustancia a todo lo que existe para intentar hacerlo, simplificándolo o modificando la relación que tenemos con ello, más accesible, más cómodo, menos peligroso y mucho menos trascendente. ¿Qué persona con un mínimo de inquietudes podría desear vivir siempre de ese modo?

6. Educación

 En el mundo moderno, el principal obstáculo al desarrollo personal y social es, en la mayor parte de los casos, la falta de educación, entendida ésta no como ausencia de modales, sino como escasez, carencia o falta de interés en lo relativo al bagaje cultural de cada individuo. En España al menos, a lo largo de los últimos 30 años se ha asistido a una degradación del estatus social del desarrollo intelectual, paralela al drástico descenso del nivel de la educación pública debido a políticos incompetentes y a una concepción errónea de la democratización. Por desgracia, por lo general se percibe a los metaleros como un colectivo perteneciente a uno de los estadios más bajos en la pirámide de la ilustración, a menudo de forma totalmente justificada. Sin embargo, con la emergencia de nuevos géneros (black y death metal) que apelan más a la sensibilidad heroico-trágica que al macarrismo de sus seguidores, el perfil medio de los fans ha variado hasta incluir segmentos de la población con estudios superiores, incluso gente con verdaderas inquietudes culturales.

 Bajo mi punto de vista, es esencial que el heavy metal no pierda nunca su espíritu rebelde y subversivo, que es su motivación más profunda, so pena de terminar por convertirse en una reserva de frikis que juegan a ser tipos duros, pero no veo más que con ojos positivos que a la explosión de rabia inicial le haya sucedido una contemplación más amplia y pausada de las cosas, como sólo pueden darla el estudio y el conocimiento. Los metaleros no podemos seguir dejando que sean los falsos intelectuales politizados, los artistoides decadentes o los niños pijos con estudios quienes ejerzan el monopolio de la cultura. Debemos adentrarnos en ese mundo con toda la fuerza y el empuje de nuestras ideas, para que se nos escuche como un interlocutor más en el debate social, discrepante pero informado, y para quitarnos el sambenito de palurdo mugroso que arrastramos merecidamente desde hace décadas.

 Sólo el conocimiento del mundo y de lo que hay en él, de la historia, la ciencia, la literatura y el pensamiento nos permitirá saber a ciencia cierta qué es lo que rechazamos dentro de nuestra sociedad, y de qué forma podemos cambiarlo o al menos denunciarlo. El metal no es hedonista como el rock, ni vive al día como el punk, es una filosofía de lucha y esfuerzo, una base sólida sobre la que se puede construir indefinidamente, sin que se agoten los materiales para seguir edificando.

7. Trabajo

 Algunos músicos de heavy metal pueden vivir de hacer canciones. La mayoría de los fans no tenemos tanta suerte. Muchos lo intentan y militan en sus pequeños grupos underground, durante un tiempo, sin llegar muy lejos por lo general, pero cumpliendo un objetivo principal, que es expresarse. A fin de cuentas, si uno pretende ganarse la vida con su música no se pone a tocar death metal, se apunta, por ejemplo, al carro del pop latino más acaramelado.

 Los metaleros, salvo escasas excepciones, tenemos que encontrar un trabajo como todo el mundo. Algunos tenemos estudios, otros no, en general el panorama no difiere mucho del de la gente normal. Ahora bien, como en muchas otras áreas, en este punto surge una diferencia. Igual que muchos metaleros no tienen inconveniente en un momento dado en cortarse el pelo y cambiar de música y estilo para encontrar novia o más aceptación social, a otros tampoco se les caen los anillos al aceptar un puesto de trabajo que supone una afrenta a todo lo que supuestamente habían creído antes. Esos no son auténticos metaleros, es decir, no se creían de veras lo que estaban haciendo y diciendo. Un auténtico metalero no trabajaría para quien dañe el medioambiente, contribuya al inmovilismo de las normas y costumbres o produzca basura comercial y publicitaria para engrasar la máquina del capitalismo más descarnado.

 Bien es cierto que no todo el mundo tiene la suerte de poder escoger trabajar en lo que le gusta. Sin embargo, dentro del apego de los metaleros a la rectitud del comportamiento y los principios, para cualquiera de ellos sería todo un dilema verse obligado a apoyar con su esfuerzo algo que siempre ha aborrecido, siempre y cuando lo haya aborrecido con sinceridad.

8. Causas sociales

 Los metaleros son conocidos por su desapego hacia los grandes grupos sociales. Funcionan como una especie de lobos esteparios, reuniéndose en ocasiones para presenciar conciertos o darse cita con personas concretas, pero por lo general evitan socializar en exceso y con todo tipo de gente, sin distinción. Esto está relacionado con el hecho de que el metal sea una especie de marginación autoimpuesta, una respuesta a la marginación que se sufre por parte del resto de la sociedad por negarse a acatar sus reglas, al menos las más externas. Pero esto no significa que se trate de misántropos incurables, ni de gente que haya perdido toda esperanza.

 La forma peculiar de socializar que exhiben los metaleros no tiene que ver con el desprecio a otras personas, sino con el criterio. Las personas no son todas iguales, y unas son más interesantes que otras, su presencia es más reconfortante, inspiran y enseñan, su compañía es más grata que la de las demás. No tiene sentido socializar por socializar, a la manera de las grandes redes sociales de Internet. El tiempo es un bien demasiado preciado como para desperdiciarlo en cualquiera. Lo mismo sucede con la forma de emplear el tiempo. Un metalero intentará sacar provecho de él, y si colabora con otras personas lo hará en beneficio de un bien común mayor de lo que cada individuo por sí solo podría alcanzar.

 En nuestra época está de moda hacer gala de una concepción de la “solidaridad” que consiste en volverse popular haciendo hipotéticas acciones por el bien común, sea convirtiéndose en embajadores de buena voluntad de la ONU, promocionando programas de beneficencia o haciendo donaciones a lo que llamamos países del Tercer Mundo que, más que otra cosa, son limosnas para mantenerles malamente en vida mientras lavamos nuestras conciencias y nuestra imagen a un tiempo. Lo que los países en desarrollo necesitan son actos pragmáticos, como inversiones (como ha recibido cualquier país que haya crecido en los últimos decenios), y ese mismo pragmatismo es el que guía las acciones de un metalero cuando decide involucrarse en tal o cual actividad, ayudar a determinadas personas o utilizar su dinero para un fin concreto.

 La supuesta “hermandad del metal” no existe más que para las discográficas y revistas grandes que aspiran a encasquetarle su heavy metal comercial a cualquier tipo de público. Para los metaleros existen personas y causas individuales; algunas merecen la pena, otras no. Las relaciones se conciben en un marco de respeto y enriquecimiento mutuo, las que no dan fruto se vuelven hojarasca que se lleva el viento. No hay nada particularmente egoísta en este proceder, la mayor parte de la gente es igual de particularista o más, manteniendo siempre una fachada benévola, y los actos de bondad realizados abiertamente son por lo general de cara a la galería. ¿No vale más acaso una dura verdad frontal que una velada hipocresía?

9. Medio ambiente

 Aunque se trate de un dato desconocido para la mayoría de la gente, los metaleros solemos estar bastante concienciados con el medio ambiente. La parte mala es que normalmente lo estamos de una forma fatalista. Como espíritus románticos que somos, profesamos una adoración casi mística hacia la naturaleza, y todo lo que hace el hombre por modificarla o dañarla nos duele como si lo perjudicado fuera parte de nosotros mismos. Pero ese malestar no se manifiesta de forma activa, sino que está comúnmente presente en forma de disposición cínica y pesimista ante lo que el futuro nos depara. Muchos metaleros, creyendo que todo está perdido, no respetan siquiera las normas más básicas de respeto del entorno natural durante sus excursiones, como pueda ser recoger la basura que uno produce, so pretexto de que eso no va a cambiar nada en el devenir de las cosas.

 Esos individuos se equivocan, como tantos otros no metaleros que piensan que la humanidad, y con ella la tierra, están condenadas. Es difícil de saber, pero parece bastante improbable que el ritmo de crecimiento económico de la civilización humana, a pesar de lo desmesurado y destructivo que resulta, vaya a poner en peligro, a corto o medio plazo, la supervivencia de la especie. Ya en el siglo XVIII había personas fatalistas que auguraban una rápida e inevitable decadencia (Malthus), y en todos los decenios posteriores no han faltado Casandras que nos recordaran que la perdición estaba una y otra vez a la vuelta de la esquina… Tampoco es muy creíble que, desaparecidos los seres humanos, si esto sucede alguna vez, la tierra vaya a quedarse vacía. Morirán muchas formas de vida, cambiará la forma de la tierra y su laberinto de configuraciones, y volverán a surgir otras nuevas formas, distintas, inimaginables, tal y como ha sucedido ya otras veces. Lo fundamental del asunto no está por lo tanto en la mayor o menor certeza de una visión apocalíptica, para la que no faltan los argumentos, sino en qué hacer una vez que ésta ha quedado expuesta sobre la mesa.

 No faltan las personas que opinan que no sirve de nada reciclar, privarse de volar en avión por no dañar al medio ambiente, militar por una causa ecologista o simplemente oponerse de forma idealista al avance “irresistible” de la maquinaria económica mundial. Puede que las personas comprometidas, que critican ese tipo de comportamientos, tampoco estén haciendo nada productivo para evitar el discurrir actual de las cosas, pero desde luego si ser “climaescéptico” no es acaso una excusa para no actuar, al menos sí es un buen motivo para escabullirse de la tarea de pensar. ¿Qué podemos hacer por nuestro medio ambiente? El metalero nihilista piensa que, por un lado, todas las utopías ecologistas, ecofascistas o naturalistas no tienen ningún sentido, porque la inclinación natural del hombre desde que tuvo uso de razón ha sido apartarse de la naturaleza para dominarla, y lo que estamos viendo a gran escala en nuestro incipiente siglo y los dos anteriores no es sino la prolongación de lo que ya se daba en la época romana o durante el medievo. Por otra parte, no podemos simplemente resignarnos y con ello conceder nuestro tácito beneplácito a aquellas actividades que contribuyen a contaminar de forma visible los espacios naturales a nuestro alrededor.

 Por lo tanto, ¿qué respuesta dar a un asunto tan confuso? Sencillamente, que cada uno actúe dentro de su nivel de influencia. Cualquier asalariado medio probablemente no vaya a cambiar el mundo de un día para otro, pero sí podrá, por ejemplo, organizar a nivel local una red de limpieza sin ánimo de lucro que se lleve por fin los residuos del riachuelo que pasa cerca del vecindario, o dar ejemplo a sus conocidos esforzándose por producir menos residuos, de forma sencilla. Un concejal de urbanismo o un gran empresario puede llevar a cabo acciones mucho más significativas, con un impacto real sobre la calidad del medio ambiente, si no se dejan atrapar por su propio ego y actúan de cara a la galería, y no hablemos de un multimillonario o un ministro, si no están cegados por la ambición. Es difícil cambiar radicalmente el estado de las cosas, pero si comprendemos que ese “estado” se compone de millones de estados pequeñitos que individualmente sí pueden variar, nos daremos cuenta de que no es tan difícil aportar un granito de arena a favor de un cambio positivo que, a pesar de ser ínfimo y casi imperceptible, sí contará en el cómputo global.

10. Consumo

 Con sus vaqueros desgastados, camisetas roñosas y escasa inclinación por la higiene y la moda, se podría pensar que los metaleros son lo más alejado de la idea de ser humano consumista moderno. Y sin embargo, por increíble que parezca, también entran dentro del saco, aunque a su manera. Muchas veces son tan descuidados con la forma de vida que llevan que acaban comprando en los mismos sitios que todo el mundo, y los mismos productos. Consumen comida rápida, van a bares y discotecas de moda a regañadientes para acompañar a sus amigos y muchos de ellos son frikis redomados que se dejan cantidades ingentes de dinero en coleccionar cualquier tipo de objetos. En cuanto a la música, también hay muchos que no le hacen ascos al heavy metal más comercial. A pesar del aspecto divergente, muchos metaleros no somos muy distintos del resto de la gente.

 Todo lo dicho revela una tremenda ironía, debido a que, camuflados bajo el disfraz de disidentes de la sociedad, hacemos por lo general exactamente lo mismo que los demás, pero con una mampara autocomplaciente que nos hace creernos más allá de las burdas preocupaciones materiales de nuestros congéneres. Lo terrible del asunto es que en realidad el metal como postura es, en esencia, una frontal oposición a todo esto. Más allá del aspecto musical, y sobre todo desde que dejó de ser moda para convertirse en tendencia underground arcaica y polvorienta a principios de los noventa, el metal encarna un rechazo del juego de apariencias en que se ha convertido la sociedad moderna, de la frivolidad, del tanto tienes-tanto vales, de la visión hedonista y material de la vida que tienen nuestros contemporáneos. No somos anacoretas de vocación, antes más bien personas vitales en perpetuo desequilibrio, pero convendría que nos recordáramos más a menudo a nosotros mismos que ser metalero no es un “estilo” más, en el que baste customizarse visual y musicalmente. El metal es una filosofía que afirma que la muerte es innegable, el dolor es provechoso y el esfuerzo es la única vía para alcanzar algo sustancioso, algo que no pueda comprarse pero tenga para nosotros un valor supremo.

 No podemos escapar del sistema económico en el que vivimos, del mercado laboral o de las relaciones sociales que nos rodean, pero sí tenemos potestad, a estas alturas de la civilización, para reflexionar racionalmente sobre todo ello, distinguir lo que es falacia y ostentación de lo que es intrínsecamente necesario y positivo, y quedarnos solamente con lo segundo. Y sobre todo, para no dejarnos engañar por la maquinaria del consumo, según la cual todo lo que ganamos debemos gastarlo en cualquier cosa para que el mecanismo siga funcionando. “Consumir” es una palabra técnica y desagradable en cuya definición pueden caber tanto las necesidades vitales inmediatas como los accesorios más sublimes o innecesarios, sin distinción. Es importante darse cuenta de la gran cantidad de cosas existentes en el mercado que no necesitamos; de que sería más sensato, si precisamos de alguna cosa, comprarnos una versión cara y sólida que podamos usar durante años antes que un modelo de plástico mucho más barato que tengamos que reemplazar cinco veces, produciendo la correspondiente basura; de que comprar en pequeños comercios, si no nos quedan muy a desmano, es sólo ligeramente más caro y resulta mucho más provechoso que hacerlo en las grandes superficies; o de que la gran mayoría de productos de moda por la que casi todos se desviven (teléfonos, ropa, coches…) no son más que estrategias para presumir ante los demás y espantar temporalmente el tedio de una existencia hueca. Las cosas más interesantes de la vida no cuestan dinero, porque no tienen precio.

11. Tiempo libre

 ¿Termina el trabajo y uno no sabe qué hacer? La respuesta es fácil: vayamos al bar a emborracharnos. La bebida es más barata que casi cualquier otra actividad, se hacen amigos fáciles y uno se olvida, durante un rato, de los problemas cotidianos. Eso hacen muchos metaleros, eso hace la mayoría de la gente. Pero llega un momento en que uno se pregunta: ¿por qué estoy haciendo esto? O mejor dicho, ¿por qué sólo esto? La vida tiene mucho más que ofrecer que una simple dualidad de fiesta y trabajo. Más aún, quienes viven de esta forma están en cierta forma embrutecidos, excluidos de todo tipo de razonamiento y pensamiento crítico acerca de quiénes son, por qué están ahí y qué es lo que ocurre en el mundo. Tomarse unas cervezas con los amigos es algo muy positivo, pero cuando se convierte en la única forma de tiempo libre imaginable hace que la vida diaria se quede en algo muy limitado y muy inconsciente.

 Como consecuencia constructiva de nuestra divergencia frente a los usos de la sociedad en la que vivimos, deberíamos mostrar más empeño en elaborar una forma de vida alternativa que evite toda la insustancialidad que dichos usos conllevan. Emplear nuestro tiempo libre en algo de provecho es el paso fundamental. Después de tantos años viendo televisión, comiendo comida basura y socializando por socializar, uno se da cuenta de que no ha sacado absolutamente nada en claro, simplemente ha dejado pasar el tiempo. Si uno se dedica, al menos parcialmente, a otro tipo de actividades productivas, como aprender a tocar un instrumento, estudiar un idioma, leer buena literatura o ponerse al día con la informática, seguro que a la larga percibe que lo que ha estado haciendo tiene un sentido, le llena de una satisfacción que apenas recordaba y le permite tener acceso a más cosas que hasta entonces le habían estado vedadas por incomprensibles o desconocidas. El tedio moderno se combate dando un nuevo sentido a las cosas más esenciales, y utilizar nuestro tiempo para hacer algo que para nosotros tenga verdadero significado es la base para retomar el timón de nuestra vida y empezar a vivirla de veras.

12. Rebeldía

 Hablando tanto de música, costumbres y estética, nos olvidamos a veces de que lo fundamental en el metal es el mensaje de rebeldía que transmite. Rebeldía contra la sociedad, los padres y los valores establecidos, como en los primeros tiempos del heavy metal de los ochenta. Rebeldía contra la religión, contra el antropocentrismo y la materialización pedestre de todas las facetas de la vida, como predican el death y el black metal. Los auténticos metaleros son espíritus en lucha que rehúsan someterse a todo lo que la vida social tiene de preestablecido, de ridículamente formal, de ostentativo. Quienes se queden solamente con la música y no comprendan el mensaje permanecen en el exterior, y por lo general se trata de los que se quedan asimismo con los grupos más comerciales y superficiales, y pasado un tiempo cambian a otro “estilo” que también abrazarán con la misma ligereza. En cierto modo, los metaleros somos una especie de minoría de personas con conciencia trágica, que encontramos en nuestra música ruidosa y agresiva un punto de vista sobre el mundo que se ha visto sepultado por un ridículo positivismo antropocéntrico, por el mensaje que nos transmiten las clases gobernantes en Occidente de que todo irá bien si seguimos trabajando, consumiendo y teniendo fe en que todo mejorará.

 Creer en el metal es tener presente que la vida es lucha y muerte además de alegría y descubrimiento, que focalizarse en la negatividad es una forma de resaltar todo lo positivo, que lo hermoso no es hermoso más que comparado con todo lo que tiene en contra, que nuestra corta existencia merece llenarse de grandes obras y tremendos esfuerzos, de elementos que le brinden sentido, más que de meras sensaciones de seguridad e ideas para pasar el rato. Quien no haya llegado a ese punto de consciencia no es útil para el metal, porque es precisamente esa clase de personas, la gente “normal”, la que hunde musicalmente el estilo haciéndolo más accesible o mezclándolo burdamente con otras tradiciones para crear una ilusión de “innovación”, el tipo de gente que contribuye al concepto de palurdo borrachuzo que se tiene de los metaleros, el que permite que el heavy metal pueda reducirse comercialmente a una “tendencia” más con la que personalizar el vestuario, el fondo de pantalla del ordenador o la interfaz gráfica del móvil. Los metaleros nos rebelamos contra esa forma de mercantilizar hasta los aspectos más insignificantes de la vida, contra la trivialización de todo lo existente, contra la masa débil, mimada y quejumbrosa en que se ha convertido la humanidad. Eso es lo que el metal encarna y simboliza, y por eso lo escuchamos, por eso nos llena e inspira.

13. Futuro

 Es difícil predecir lo que el futuro pueda depararle al colectivo de fans del heavy metal. De seguir como hasta ahora, es posible que el estilo vaya a seguir diluyéndose musicalmente en nuevas y efímeras manifestaciones del rock, mientras una pequeña minoría de extremistas prosiga con la línea dura, durante no se sabe cuánto tiempo, porque en esencia no se trata más que de perpetuar todo lo hecho hasta finales de los noventa sin añadir mucha novedad. Pero aunque musicalmente el estancamiento sea la norma (cosa no tan negativa si tenemos en cuenta que la alternativa podría ser una completa degeneración), las ideas y la motivación que subyacen al heavy metal no caducan ni se atrofian, porque son eternas, y se renuevan cada vez que un individuo las hace suyas y las adapta a su propia existencia. No hay que temer, por lo tanto, que el metal vaya a morir en esencia, lo que sí cabe preguntarse es cómo seguirá influyendo en el devenir del mundo en general, si seguirá siendo una filosofía de excluidos como hasta ahora o cobrará más peso en la conciencia general a medida que se disipen las ilusiones utópicas que rigen la mentalidad occidental. Sea como fuere, los metaleros estaremos allí para verlo, y tendremos la conciencia limpia y el ánimo satisfecho por haber actuado como nuestro ser nos lo exigía, en lugar de entregarnos a la histeria general. El mundo seguirá dando vueltas, nacerán nuevas generaciones, y todo volverá a empezar como cada vez, con sus luchas, sus ilusiones y su conclusión.

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 Todos los puntos anteriormente listados no constituyen la descripción de ninguna persona en concreto. Sinceramente, creo que es difícil que alguien presente todos estos rasgos al mismo tiempo. Se trata más bien de pautas, ordenadas temáticamente, acerca de la manera en que desde el metal podrían abordarse las distintas áreas que componen la vida diaria en el mundo actual. Soy consciente de que muchos de los que se reivindican como metaleros comparten muy pocos, o ni uno solo de estos rasgos, pero estas ideas están flotando, en la música, en las mentes, en la misma pulsión de vida del ser humano inquieto. Todo lo expuesto anteriormente es un destilado de lo que el heavy metal puede aportar de cara a la vida diaria, de la manera en que puede nutrir los sueños y las aspiraciones para aumentar la intensidad de la experiencia vital. Para los más simples, habrá que recalcar también que no es un decálogo que deba cumplirse, es una serie de puertas hacia una vida más completa. Como el propio metal.


Belisario, octubre de 2010





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