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LA EDAD DE PLATA DEL METAL



 En los círculos más elitistas de aficionados al metal se oye comentar, desde hace lustros, la máxima de que ya nada es tan bueno como en la primera época, la de finales de los ochenta y principios de los noventa, y que desde entonces no se ha inventado nada nuevo. Objetivamente este campo tiene razón, al menos en parte, teniendo en cuenta que desde aquellos años las categorías estilísticas no se han movido demasiado, pero lo cierto es que sigue habiendo nueva música de calidad año tras año, aunque haya que rebuscar entre montañas de publicaciones de menor interés. De hecho, probablemente nunca antes en la historia han existido tantos grupos de metal en activo, como demuestra la ingente cantidad de nuevos discos que se publican anualmente, de los que el oyente medio tan sólo puede abarcar una pequeña parte, encontrándose con grandes dificultades para hacerse una idea realmente amplia del estado cualitativo del metal en su conjunto. A la creciente dificultad de seguir la evolución del panorama global del metal se suma el hecho de que los cambios que han experimentado los distintos subgéneros han sido desde hace tiempo mucho más sutiles y progresivos, en comparación con la fase de magmática creatividad y transformación que tuvo lugar, aproximadamente, entre los años 1983 y 1996. Como veremos a continuación, esos cambios sí se han producido, pese a lo que algunos crean, y no siempre han tenido la connotación negativa que otros se empeñan en ver.

 Desde que los subgéneros del metal terminaron de cuajar, en torno a mediados de la década de los noventa, hemos asistido a una sucesión de distintas épocas, cada una con sus propias características, tendencias y protagonistas. Los años previos al cambio de milenio, por ejemplo, fueron los de la expansión desmesurada del black metal, que se convirtió en la gran moda que oscureció todo lo demás, con el edulcoramiento y la simplificación que ello trajo consigo. El death metal no se repuso hasta finales de la década siguiente, cuando pasó de ser el hermano mayor caído en desgracia a capitanear la recuperación del espíritu underground. Mientras tanto, el black metal experimentó una larga travesía por el desierto, que la corriente “ortodoxa” no fue capaz de paliar, y no ha empezado a ver la luz al final del túnel hasta bien entrada la década de 2010, cuando el género ha vuelto a retomar, al menos parcialmente, el empuje y la ferocidad que lo caracterizaron en un principio, justo en el momento en que el revival del death metal parece que comienza a flaquear, entre otros motivos, por pura saturación. De esa forma, black y death metal parecen ser vasos comunicantes, en el sentido de que cuando uno pierde fuelle o se estanca, es el otro el que aprovecha para volver a despuntar. Por su parte, otros subgéneros menores como el doom, thrash o grind orbitan desde hace tiempo en torno a estos dos, a menudo mezclándose con ellos en grados variables.

 Naturalmente estamos hablando de los géneros extremos y menos populares, ya que la evolución en el sector más comercial fue muy distinta. De los grupos de metal industrial y groove metal y las espantajerías del nu metal, que hicieron estragos durante los noventa, se pasó al metalcore, metal gótico, sinfónico y power metal ultraprocesado de los 2000, una década en la que también emergieron estilos híbridos de rock y metal como el stoner o el sludge, para alegría de quienes se habían cansado del metal de siempre y deseaban volver al rock pero sin sentir demasiada deshonra. La década de 2010 reservaba un paisaje aún más variado pero igual de terrible, en el que ha habido sitio para todo tipo de post-metal, desde el más áspero hasta el más edulcorado, junto a productos metaleros en apariencia pero no en espíritu, como el post-black atmosférico y otros más accesibles, tales como el pop metal semielectrónico con cantante femenina de buen ver o los grupos de folk y viking metal con videoclips de drakkares que parecen triunfar entre los más jóvenes. No es este segmento más mainstream el que nos interesa, pero viene bien exponer las sucesivas etapas del mismo para ilustrar bien que, a pesar de las apariencias, el metal sí ha cambiado, y mucho, a lo largo de los cinco últimos lustros.

 En el ámbito estricto del metal extremo, existe una gran diferencia entre los años oscuros que siguieron a la consagración comercial del black metal y aquellos en los que el death metal empezó a recuperarse, arrastrando consigo lentamente a los demás subgéneros. Este cambio de paradigma no se materializó únicamente a nivel musical, sino también en las áreas de producción, distribución y organización. Después de haber muerto de éxito y de disolverse en la entropía que invariablemente sucede a un pico máximo de popularidad, los terrenos del metal underground volvieron a reorganizarse de una forma que trataba de capturar el espíritu de antaño, pero empleando los nuevos medios puestos a su disposición por el avance de los tiempos. Así, a medida que transcurría la década de 2000, empezaron a surgir nuevos sellos, distribuidoras y festivales de pequeño tamaño que ya no apostaban, como antes, por crecer lo máximo posible al calor de la expansión de los distintos subgéneros, sino que prefirieron concentrarse en hacer las cosas a pequeña escala sin pretender monetizar a ultranza una actividad musical que nunca había dejado de ser minoritaria, pero por aquel entonces volvía a serlo aún más. Exceptuando a las discográficas más grandes, que seguían explotando a grandes nombres o a nuevas versiones más accesibles de los estilos extremos, muchas de las nuevas propuestas venían de la mano de sellos que, como en los primeros tiempos, estaban operados por fans que sacaban material para otros fans como ellos y compartían una misma mentalidad común centrada en la música.

 Este espíritu se transmitió también al terreno estrictamente musical, e impregnó en gran medida a muchos de los grupos que operaban por aquel entonces, propiciando el surgimiento de nuevas formaciones que pensaban más en términos de autenticidad que de innovación o popularidad potencial. Pero sin duda lo más significativo fue el retorno de muchos grupos que llevaban un tiempo disueltos, lo que originó una nueva ola de metal underground con un ímpetu renovado como no se había visto en casi quince años. El pistoletazo de salida probablemente lo dieran Asphyx y Beherit, dos formaciones noventeras que llevaban unos años inactivas y se volvieron a juntar en 2007, publicando dos años después sendos álbumes excelentes (Death... The Brutal Way y Engram, respectivamente), que entroncaban con su pasado abriendo al mismo tiempo una puerta para seguir avanzando. Otros grupos, como Absu, Imprecation, Ungod, Autopsy o Master's Hammer, entre otros, también resucitaron por aquella misma época y vivieron una segunda juventud, con nuevas publicaciones de interés así como una actividad de conciertos y giras mucho más amplia por lo general que la que tuvieron originalmente. Este retorno de nombres clásicos vino acompañado por una nueva hornada de formaciones de nuevo cuño, sobre todo de death metal, como Corpsessed, Dead Congregation, Ectovoid, Undergang o Gorephilia, entre muchas otras, que se autodefinían como old school, en oposición al death metal melódico, técnico o de cualquier otra variedad juzgada espuria y desvirtuada, con una voluntad manifiesta de volver a los orígenes del género para extraer la fuerza necesaria para relanzarlo con vigor renovado.

 Este fenómeno de regreso de la vieja escuela u old school, expresión que más adelante se ha ido desgastando debido a un uso excesivo, sacudió el panorama underground entre los años 2007 y 2013 aproximadamente, y conllevó un rearme de los estilos extremos, que hasta entonces se habían batido en retirada, trazando una línea clara, al menos para los entendidos, entre lo que era metal de verdad y lo que, empleando el mismo nombre, se quedaba en una versión superficial y apta para todos los públicos. Tanto en Europa como en Estados Unidos se produjo una explosión de festivales de tamaño pequeño y mediano, que podían centrarse en estilos concretos sin necesidad de diversificar la oferta por temor a perder atractivo. Así es como nacieron y se desarrollaron eventos como Maryland Deathfest o Destroying Texas Fest en Norteamérica, o Black Flames of Blasphemy, Wolf Throne o Nuclear War Now Fest en suelo europeo, todos ellos festivales especializados en metal extremo que unos años antes habrían sido impensables. Surgieron también nuevos sellos con la finalidad expresa de impulsar esta corriente, como Dark Descent y su filial Unspeakable Axe, y otros que ya existían incrementaron su visibilidad para convertirse en firmes baluartes de esta nueva ola, como Iron Bonehead, Hell's Headbangers o Nuclear War Now. Por otra parte, gracias a la democratización de Internet y a la proliferación de las redes sociales, se multiplicaron las publicaciones en línea y los e-zines en formato electrónico, que contribuyeron a fomentar el interés por todas estas actividades.

 Es menester señalar que el mencionado fenómeno old school se manifestó casi exclusivamente en el terreno del death metal, pero sembró la semilla para que más adelante, en fechas recientes, el black metal haya comenzado a hacer algo parecido, aunque de forma más fragmentaria, mediante nombres como Espiritismo, Infamous, Serpent ov Old, Tarnkappe o Polemicist. La abundancia de grupos decentes de estos dos géneros y de otros durante la década de 2010 ha propiciado que los más elitistas podamos permitirnos el lujo de buscarle pegas a formaciones ciertamente destacables pero estilísticamente criticables como Chthe'ilist, Blood Incantation, Grave Miasma, Possession o Ascended Dead, entre otras, que quince o veinte años atrás tal vez habríamos abrazado sin miramientos como la cumbre de sus respectivos subgéneros. En una nota más personal, a quien suscribe le ha permitido, gracias a los festivales europeos enumerados más arriba, asistir a conciertos de grupos que jamás creyó que pudiera ver en directo, como Demilich, Varathron o Antaeus, siempre en el marco de eventos especializados llenos de fans entusiastas, algo que en la década de 2000 brillaba por su ausencia. Finalmente, y en términos más generales, también ha hecho posible que uno pueda aguzar aún más si cabe el oído crítico, centrándose en lo que es realmente excepcional y dejando de lado lo que únicamente podría tener un pase si no hubiera cosas mejores con las que compararlo, marcando al mismo tiempo las distancias con lo que resulta claramente hípster y lo que peca de nostalgia excesiva, dos de las corrientes principales que han vertebrado el metal underground durante la última década.

 Por todo lo dicho, ya casi terminada la década de 2010, podemos afirmar en toda regla que esta ha sido una especie de “edad de plata” del metal por partida doble, en primer lugar en sentido literal, porque por lo general los fans, en un buen porcentaje, han empezado ya a peinar canas y, principalmente, porque los últimos diez años han supuesto un auge cualitativo del metal en todos los aspectos, tanto a nivel de grupos, discos y sellos discográficos como de giras, festivales y todo tipo de manifestaciones culturales complementarias. Hablamos también de edad de plata en el sentido de que esta última década está subordinada a la edad de oro original, que fue la del surgimiento de los distintos subgéneros, ya que a pesar de todas las virtudes expuestas en los párrafos anteriores, el grado de evolución y creatividad ha sido objetivamente menor que el de los años fundacionales. Los años comprendidos entre 2010 y 2020 han sido sin duda mucho más interesantes que los que transcurrieron entre 2000 y 2010, y cualquier fan debería estar agradecido de poder tener a su alcance tanta información como existe ahora, tantos conciertos, festivales, reediciones, reuniones de grupos antiguos y surgimiento de otros nuevos al estilo antiguo como se han visto durante los últimos diez años. Teniendo en cuenta que la edad promedio de los músicos y también de los fans se ha incrementado sensiblemente en los últimos tiempos, es de prever que esta edad de plata no vaya a durar para siempre, así que démonos la oportunidad de reconocerla y celebrarla antes de que el panorama global vuelva a cambiar para peor.


Belisario, septiembre de 2020





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