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El síndrome "Whiskey in the Jar"

Observaciones acerca de la recepción de la música


 Como su título sugiere, este artículo no va a empezar hablando de black metal, ni de metal extremo en general. Sin embargo, tratará de analizar un fenómeno que puede extrapolarse a cualquier tipo de música, metales incluidos, como se verá más adelante. Plantearemos la cuestión en términos muy simples, comenzando por una canción bien conocida: Whiskey in the Jar. Si preguntamos a casi cualquier persona por ese título, en el caso de que le suene, responderá que se trata de una canción de Metallica. Para ello tenemos que presuponer que la persona en cuestión conozca Metallica. Si se trata de alguien normal y corriente, seguramente ésta sea una de las pocas canciones que le resulten conocidas, y seguramente su favorita del grupo, si no es Nothing Else Matters.

 Habrá que indagar bastante más para encontrar a alguien que se acuerde de que esa canción, con el mismo título, remonta a un tema popular irlandés, que algún melómano puede haber escuchado, cantado probablemente por los Dubliners, o quizá por otra formación folk menos conocida. No en vano, al menos en España, la música irlandesa suele gustar. Pero lo que sí sería sorprendente es que alguno mencione la versión del mismo nombre que hizo en los años setenta Thin Lizzy. Este grupo, que para cualquier acérrimo del rock resulta fundamental, apenas suena al gran público actual, lo que hace que prácticamente nadie sepa que la versión de Metallica, por la que los californianos obtuvieron un Grammy en 2000, es calcada a la de Thin Lizzy, que son quienes tuvieron el mérito de haber adaptado la melodía tradicional al formato hard rock.

 Para ilustrar esta digresión podemos esbozar un esquema según el cual, de 100 personas interesadas en la música, unas 50 pueden conocer la versión de Metallica; de ellas, 15 sabrán que es una canción tradicional irlandesa, pero sólo 2 ó 3 serán conscientes del salto evolutivo que cabe reconocer a Thin Lizzy. En mi opinión, éste es un buen ejemplo de cómo, en la música, las cosas consideradas más "grandes" son siempre las más conocidas, no las más logradas, ni las que más reconocimiento merecen o las que más mérito tienen. Thin Lizzy, que aún a día de hoy siguen girando, con una formación que es una sombra de lo que fue con Phil Lynott y Gary Moore, es un grupazo fundamental de la historia del rock del que poca gente se acuerda, fuera de los fanáticos atemporales del hard rock, sencillamente porque es un grupo de los años setenta. Lo mismo que ocurrirá con Metallica dentro de veinte años, cuando el grupo ya no exista y sólo cuatro gatos sigan escuchando los discos de los ochenta, que son los únicos que merecen la pena.

 Volviendo a Whiskey in the Jar, la conclusión que podemos extraer de todo lo dicho es que, debido tanto a la cercanía cronológica como al peso del reclamo mediático, el tema de Metallica es el más popular de los tres, siendo el menos original y, a gusto de un servidor, el peor con diferencia, a efectos puramente musicales. Parece ser que, en la música como en muchas otras áreas de la vida, la gente suele quedarse solamente con lo que le ponen en bandeja, y no busca más allá. El común de los mortales tiene muy poca curiosidad, no experimenta deseo ni inquietud por llegar hasta el fondo de las cosas, y por eso todo lo que le resulte cercano en el tiempo, o haya llegado hasta él a través de la publicidad o la difusión de masas, es lo que conoce y lo que le termina por gustar, porque no accede a otra cosa.

 ¿Cómo se aplica esto al metal extremo, cabría preguntar? Extrapolando un poco, se ajusta como un guante. Death y black metal (y los demás) son géneros a los que es difícil llegar. Poca gente los conoce, menos aún tiene una idea más o menos completa de lo que son. Forman parte de ese tipo de estilos musicales que parecen nacer y crecer al margen de casi todo. Por otra parte, la gente que llega hasta ellos se queda muchas veces en sus facetas más amables o comerciales, en los grupos más famosos que derivaron en una versión edulcorada de su estilo o directamente en otros más nuevos hibridados con formas de metal o rock más familiares.

 El metal extremo es un género marginal que no tiene cabida en la gran industria de la música, pero también lo son casi todos los géneros interesantes que se evaden del formato comercial radiofónico y televisivo. En realidad, la música en sí, conforme a la idea convencional que se tiene de ella en la actualidad, es poco menos que un producto de consumo masivo, una faceta más de la cultura del entretenimiento en la que vivimos, con un reducido abanico de propuestas de temporada perfectamente intercambiables que se van renovando cíclicamente. En ese contexto, el black metal, death metal y demás subgéneros del metal entran por lo general dentro de la categoría de “clásico”, de música atemporal más enfocada a la creación de significado que a la comercialización. Son refugios de la creación artística, pequeñas islas en mitad de un mar de gente que sólo es receptiva a la “música para divertirse y/o no pensar”. En el tedio de la existencia mundana, uno tiene que tratar una y otra vez con individuos que sólo conocen lo que sale por la tele, hablan de lo que se comenta en todas partes y hacen lo mismo que los demás. Casi todos ellos son tan vulgares como Metallica, algunos tienen un toque Dubliners que los hace un poco más interesantes, pero a los escasísimos Thin Lizzy de la vida que valgan la pena hay que buscarlos con lupa.

 Toda esta reflexión proviene de la paradoja que a veces ha llegado a suponer para mí el hecho de que tan poca gente escuche metal extremo cuando es un estilo de música tan magnífico. A veces uno se siente completamente solo en el mundo, escuchando géneros que entre su círculo de amistades nadie conoce o de los que como mucho suelen darse vagamente las referencias más obvias y banales. Pero es que tampoco se suele escuchar música clásica más allá de lo más conocido, o rock antiguo que no esté ultrasobado, ni siquiera música electrónica que no sea de rabiosa actualidad o pop ochentero que no se colara en algún “Top 10”. La música verdaderamente valiosa se aprecia en soledad, y se comparte en pequeños círculos, como suele ocurrir con la buena literatura, el cine interesante o el arte con mayúscula.

 No hay que extrañarse por tanto de que seamos cuatro los que escuchamos death o black metal con criterio. ¿Acaso importa eso? En realidad no, porque siempre ha sucedido lo mismo con las cosas más impenetrables. Incluso en los tiempos en que la cultura de verdad se valoraba, solamente accedían a ella unos pocos privilegiados. Ahora que todo el mundo tiene acceso en nuestra sociedad, el concepto mismo de la cultura se ha devaluado hasta referirse generalmente a una forma de entretenimiento ligeramente sofisticada. Pero más allá de la mediocridad rampante que está detrás de este fenómeno, en realidad éste no es positivo ni negativo en sí. Para quien no tenga en vista socializar a expensas de la música o el arte, es algo más bien indiferente. Mientras sigamos extrayéndole el jugo a lo que de verdad lo tiene, nos seguirá enriqueciendo, y eso es lo único que importa.


Belisario, mayo de 2012





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