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El eterno retorno

o «Del regreso cíclico de los grupos de heavy metal»


 De un tiempo a esta parte, aproximadamente desde el año 2007, se ha venido asistiendo a un resurgir masivo de grupos clásicos de heavy metal y metal extremo que llevaban largo tiempo disueltos y, aparentemente sin haberse puesto de acuerdo, han vuelto a juntarse para tocar, hacer algunas giras y, en algunos casos, sacar nuevos discos. En ello hemos de leer un fenómeno bastante habitual dentro del heavy metal y, es de suponer, de muchos otros estilos musicales, el de los retornos cíclicos, que hacen que en determinados periodos de tiempo las circunstancias se muestren particularmente favorables por diversos motivos para un tipo de música en concreto y ésta experimente un nuevo impulso o, si se quiere expresar en términos más prosaicos, se vuelva a poner de moda durante una cierta época.

 Que de repente surjan giras de grupos mitiquísimos que llevan siglos sin tocar es siempre una buena noticia para el aficionado. La parte negativa es que, en el caso del heavy metal, esos grupos vuelven precisamente porque no hay en el panorama actual (desde el año 2000, podríamos decir) grupos más modernos que les hagan sombra. Así, los conciertos más grandes siguen siendo los de las formaciones de siempre (Metallica, Slayer, Iron Maiden, Megadeth, Motörhead, Judas Priest…), mientras otros grupos recién llegados o no tan veteranos se ven sistemáticamente relegados a un segundo plano, merecido o no. Esta constante es propia de un género que mira hacia el pasado, en el que aparentemente poco se ha movido desde finales de los noventa, si obviamos las fusiones y mezclas de estilos que, como el metalcore, no son evoluciones propiamente dichas, sino irrupciones heterodoxas en otros terrenos más allá de la demarcación tradicional.

 Sin embargo, el nuevo resurgir propio del periodo 2007-2010 presenta unas características novedosas, con respecto a otros auges previos del metal como puedan ser los de 1996 o 2003. Esta vez, no solamente se produce el retorno de un gran número de grupos, disueltos en los noventa y que no se reunieron en el mejor de los casos más que brevemente en torno a los años 2002-2003, sino que además se están sacando discos que suenan como los antiguos, que vuelven a la fórmula original de cada formación. Curiosamente, esta tendencia se está contagiando también a los grupos grandes que mencionamos más arriba. Es el caso, por ejemplo, de los últimos trabajos de Metallica (Death Magnetic, 2008), Megadeth (Endgame, 2009) y sobre todo Slayer (World Painted Blood, 2009), que son de lo mejor que ha publicado cada cual desde hace veinte años (quince quizá en el caso de Megadeth). El de Slayer, concretamente, entronca con su vena más característica y su escucha aguanta incluso comparaciones con los discos posteriores de su etapa clásica (South of Heaven, 1988 y Seasons in the Abyss, 1990).

 Esta revelación es una sorpresa sin precedentes, teniendo en cuenta que estamos hablando de grupos cuya popularidad, lejos de mermar, ha seguido aumentando con los años, por lo que es muy significativo que pese a su persistente éxito de masas hayan decidido recrudecer su sonido inspirándose en sus primeras obras. Podemos suponer que lo que les hizo alejarse de su estilo inicial fue la presión, consciente o inconsciente, de perpetuar su estatus de celebridad haciendo más accesible su música para atraer a un público más amplio. Por otra parte, en el fondo no es totalmente descabellado que todos estos músicos, ya mayores de cuarenta o cincuenta años, vuelvan a sus «raíces», ya que por regla general la mayor parte de la audiencia de sus conciertos acude con la esperanza de escuchar el material más antiguo de sus ídolos, a pesar de que hasta la fecha muchos de éstos no han tenido reparos en diluir disco tras disco su sonido en una fórmula cada vez más heterogénea y edulcorada (Metallica, Slayer).

 El nuevo auge actual del heavy metal ha venido acompañado por un fenómeno similar a menor escala, dentro de la escena de su hermano menor, el metal extremo. Dentro de éste, no obstante, cabe hablar de una auténtica convulsión. Grupos de culto como Asphyx, Beherit o Profanatica, que llevaban años desaparecidos o sin grabar nada nuevo han regresado con discos que no solamente están a la altura de sus predecesores sino que además son realmente sobresalientes (respectivamente: Death... The Brutal Way, 2009; Engram, 2009; Profanatitas de Domonatia, 2007). No hay nada en estos álbumes que corresponda al concepto popular de la «evolución», que hoy en día impregna buena parte de los criterios de valoración de toda obra artística. Al contrario, estos discos son tan buenos porque retoman el concepto original, dotándolo de distintos matices y perspectivas, pero sin alterarlo de forma sustancial.

 El heavy metal nunca ha necesitado dejarse guiar por esa mentalidad moderna que confunde novedad con originalidad. Todas las innovaciones auténticas que se han sucedido en su seno desde sus inicios en 1970 han tenido por origen, sin excepción, la voluntad de apartarse del resto, de encontrar un sonido más puro al constatar que todo lo existente estaba corrompido, por parte de unos artistas que eran parias tanto en el propio mundo de la música como en la sociedad en general. Exigir «evolución» en el metal, tal y como esta se entiende en otros géneros musicales, es lo que ha llevado a la proliferación de géneros mixtos como el metalcore, el death metal melódico marca Gotemburgo o los híbridos soporíferos englobados bajo la etiqueta folk metal, que en vez de crear algo genuinamente nuevo fusionan estilos que suenan al más bajo denominador común, una especie de rock previsible y sin pretensiones, apto para todos los públicos y sin ningún rastro de ambición artística.

 El hecho de no haber encontrado un camino distinto más allá de lo recorrido hasta 1995, con el black metal como cumbre del desarrollo del género (cronológicamente, heavy metalthrash/speed metaldeath metalblack metal) puede suponer en cierto modo una derrota, pero la solución o al menos el remedio más efectivo no pasa por cambiar de género y pasarse al pop de forma más o menos velada. La única respuesta razonable es regresar a los orígenes, y eso es lo que, según parece, se ha intentado hacer en los mejores discos de la última década. Más preocupante, podríamos decir, resulta constatar que no hay casi grupos nuevos (de 2000 en adelante) en pie de igualdad con los anteriores, lo cual a la luz de la demanda actual de heavy metal, en su retorno cíclico, posibilita y probablemente explica el regreso de muchas formaciones que llevaban largo tiempo inactivas; verbigracia: Atheist e Immortal desde 2006, Artillery, Krieg, Carcass, Beherit y Asphyx desde 2007, Gorguts desde 2008, Absu y Burzum desde 2009, At the Gates en 2007, Celtic Frost en 2006. Cada cual volvió por sus propias razones y de distinta forma, pero el rasgo común es que no se han topado con grupos nuevos que les hagan la competencia.

 En realidad es difícil hablar de «grupos nuevos» en el metal extremo. Incluso los de consagración más reciente (por poner algunos ejemplos: Deeds of Flesh, Nile, Hate Eternal, Zyklon, 1349, Corpus Christii, Watain, Taake, Secrets of the Moon, Urgehal…) tienen tras de sí trayectorias que casi invariablemente superan la década de duración. A pesar de tener un sonido distintivo y propuestas más o menos interesantes, ninguno de ellos se distancia sustancialmente del estilo del que parte (el brutal death sigue siendo death metal, y el black metal ortodoxo no es una etiqueta musical, sino conceptual), razón por la cual los grupos antiguos que quieren volver no encuentran oposición alguna, puesto que sigue habiendo un lugar para ellos. Parece evidente que el metal en general es un género conservador; aun cuando conquista nuevos terrenos lo hace para replegarse aún más en su estética agresiva y antisocial, de ahí que no «avance» en muchos sentidos a pesar de que año tras año se sigan publicando numerosos discos de grupos nuevos y no tan nuevos. Esa puede ser la explicación de por qué, por extraño que parezca, gente que lleva años sin tocar ni publicar un álbum pueda volver al mundo de la música por la puerta grande. El público se muestra receptivo a su reincorporación, y ellos no se encuentran con un terreno muy distinto del que conocían porque las cosas no han cambiado mucho. Así ha sucedido en los distintos auges experimentados por el metal desde que terminó su apogeo como género de masas, a finales de la década de los ochenta.

 No es aventurado pronosticar que la tendencia a los retornos proseguirá, cuando quiera que vuelva a producirse un resurgir del género como el que actualmente estamos experimentando. Las filas de los aficionados al heavy metal se renuevan constantemente, el estilo sigue atrayendo a los jóvenes como lo hacía antaño a pesar de su modesta popularidad a escala global, en comparación con los artistas pop/rock, más convencionales. Aunque los propios fans acusen a veces al estilo de inmovilismo, lo cierto es que la constante de los retornos no es algo exclusivo del metal; las reuniones o giras de grandes grupos de rock setenteros han sido siempre y siguen siendo magnos acontecimientos. Por otra parte, muchos artistas de pop de los ochenta permanecen en activo, y el rock alternativo de los noventa tiene aún fans a escala planetaria. En realidad, pese a las apariencias, el rock’n’roll no ha cambiado más que superficialmente, y sigue teniendo la misma fórmula que en los años cincuenta, remozada y mejor grabada. ¿Acaso el metal podría renovarse continuamente en profundidad? Desde 1995, parece ser que no. Pero aunque no vaya a cambiar a corto ni a medio plazo, como género consolidado que es seguirá probablemente enriqueciéndose y apelando a nuevos seguidores, y los grupos antiguos regresarán una y otra vez de forma recurrente, perpetuando un sistema que no debe hacérsenos gravoso, que debemos aprender a valorar y disfrutar: un eterno retorno.


Belisario, marzo de 2010





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