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SEPTIEMBRE DE 2017 - DISCO DEL MES:
FARAÓN - T.E.S.I.S. (2000)


 Me temo que este mes he batido todos los récords de procrastinación involuntaria al publicar la reseña tan tarde, pero el objetivo de esta página siempre ha sido buscar la calidad y la relevancia muy por encima de cualquier imperativo temporal, por lo que confío en que los intempestivos lectores sepan perdonar estas menudencias. Para el mes de septiembre pensé inicialmente comentar el nuevo EP de Purtenance, una obra breve, potente y muy bien ejecutada, pero pronto me di cuenta de que a pesar de sus virtudes, no había en ella nada realmente especial que le hiciera merecer toda una glosa de tres párrafos. Por ese motivo, he decidido volver a un disco que he estado escuchando con frecuencia durante los últimos meses, que dista mucho de ser una novedad. Se trata del debut y la única grabación del proyecto argentino Faraón, una efímera one-man band en la que se empleó el individuo conocido como Temptor Princnegsur, suponemos que antes de aparcarla para concentrarse en su formación principal, Gevurahel. Probablemente lo más fascinante de este disco es que apenas ha tenido difusión desde que apareció allá por los albores del milenio, y no ha alcanzado la más mínima sombra de notoriedad hasta este año 2017 en que un modesto sello del mismo país, Sons of Hell Prod., decidió reeditarlo. Su título completo es Testimonios de Esferas Superiores e Inferiores al Sol..., que para simplificar abreviaremos como T.E.S.I.S., un acrónimo que no me atrevería a atribuir a una mera coincidencia. Aunque Metal Archives lo catalogue como una maqueta, su larguísima duración y el carácter maduro y serio de las composiciones permite entrever que estamos ante un álbum propiamente dicho, con claras limitaciones en cuanto a producción y distribución (esto último sin duda deliberado, aunque lo primero quizá también), pero lo suficientemente desarrollado como para ser considerado una obra terminada y definitiva.


Faraón - T.E.S.I.S. (Autoeditado, 2000)


 A diferencia de lo cultivado más adelante con Gevurahel, que se caracteriza por una instrumentación cruda y básica, la música de Faraón es un black metal épico y cadencioso que no duda en recurrir a los teclados para realzar la ambientación. La hora entera de duración del disco, compuesto por ocho pistas, abarca en realidad tan sólo cuatro temas extensos (¡uno de ellos de 17 minutos!), imbricados con otros tantos interludios diversos que amplían el registro de sonoridades. A pesar del enfoque conservador y agresivo, uno de los elementos fundamentales es una cierta tendencia sinfónica con gran profusión de teclados, que sorprenden en una producción tan casera, pero están bien fundidos con el resto de los instrumentos y no resultan para nada edulcorados como suele ser el caso. El énfasis melódico está repartido en pie de igualdad entre guitarras y teclado, lo que garantiza un equilibrio y evita que se pierda el norte. Lejos del formato rayando en el eurodance propio de los infames Dimmu Borgir, la comparación más aproximada podría ser con el Krew naszych ojców de Gontyna Kry en su forma de maximizar la epicidad sin caer en exageraciones ridículas. Las canciones son muy largas, pero bastante diversas gracias a un método de composición básico pero eficaz consistente en formar bloques individuales que se van sucediendo de manera mecánica pero ágil, evitando estirar ninguna secuencia más allá de lo necesario. A menudo se producen parones muy efectivos, e incluso tienen cabida algunos solos sencillos que encajan a la perfección y aportan un contrapunto dinámico al avance paulatino de cada sección. Los distintos pasajes se vuelven envolventes sin caer en la monotonía, y su acumulación pausada a golpe de melodías pomposas y sombrías redunda en una grandilocuencia totalmente acorde con el mensaje que se quiere expresar. Con más pasión que medios, Faraón consigue que su inspiración manifiesta y sincera se convierta en sonido firme y convincente que enciende el ánimo y alimenta el espíritu.



 Lo que la música expresa de manera clara y eficaz se acaba concretando cuando uno recorre con la mirada las letras, que vienen a ser más prosa recitada que versos sometidos a algún tipo de métrica. En ellas encontramos relatos esotéricos, en la frontera de lo místico, que parecen esbozar una visión del satanismo tan interesante como inusual: la de Dios y sus siervos como símbolo de la opresión, y Satán como sinónimo de libertad, una liberación violenta y caótica, pero tan poderosa que su atracción es irresistible. No se trata del mal por el mal, como dan a entender tantos y tantos grupos de metal con escaso interés por desarrollar el contenido de sus temas más allá de remover clichés, sino de una búsqueda filosófica de la libertad que pasa por derribar y romper lo que se percibe como barreras, murallas y grilletes impuestos por la dominación de las conciencias. El maligno que se esboza aquí es más el ángel rebelde de Gustave Doré que el príncipe de los infiernos de la imaginería medieval, ambas figuras integrantes de la cosmovisión del metal, pero cuyo interés y profundidad son mucho mayores en el primer caso que en el segundo. Junto a referencias bíblicas más accesibles, abundan las alusiones herméticas a entidades demoníacas con las que el autor se muestra familiarizado, que desconciertan un poco inicialmente, pero no resultan extravagantes ni impostadas. Realmente este es el rasgo más ensalzable de la propuesta de Faraón, por encima de su competente factura y su solidez estilística: la gravedad y autenticidad que emanan de la misma, a pesar de sus elementos dispares y heterogéneos. La sinceridad y la dedicación son patentes, y esto no se deriva de determinadas proclamas por parte de la formación ni de un estatus de culto por su naturaleza underground, sino que se desprende de la propia música, que es el canal exclusivo por el que se produce la comunicación puramente artística. No corresponde al crítico ni interesa al lector sopesar la veracidad de ningún contacto con el más allá, pero cuando esa inspiración se convierte en mensaje y sonido de tanto poder y exaltación, el resultado bien merece la atención de ambos.


Belisario, octubre de 2017





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