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Auge y decadencia de los grupos pioneros


 Es prácticamente matemático que alguien me pregunte si me gusta algún grupo de metal más o menos conocido y yo acabe diciendo “sí, me gustan… pero antes eran mejores”. La respuesta se repite sea cual sea el subgénero del metal abordado. El esquema es el mismo para todos los grupos consagrados: al principio molaban, luego se echaron a perder. Da igual que hablemos de Slayer y Metallica o de Entombed y Morbid Angel, la conclusión es idéntica. Esto resulta bastante curioso, porque en otros géneros este fenómeno no se da. Un artista puede envejecer y enriquecer su estilo con los años, mejorarlo incluso, pero en el metal muy rara vez ocurre, por no decir nunca.

 Lo que normalmente se achaca a los grandes grupos con éxito comercial es que “se han vendido”, es decir, que han cambiado su estilo para vender más discos. Emplear esa expresión supone atribuir íntegramente al propio grupo la culpa de la merma en la calidad artística, y dar por hecho que dicho cambio ha sido plenamente consciente. El hecho de que los procesos de mutación de los grupos sean prolongados y variopintos me hace pensar que la cuestión debe de ser más compleja, lo cual hace que el debate tenga que ser también más ambicioso. ¿Y si “venderse” pudiera ser un proceso inconsciente, o el resultado de un pacto con la discográfica, que anima encarecidamente a sus artistas a “explorar nuevas vías”? Y sobre todo, ¿realmente un grupo de metal puede apostar por una “fórmula infalible”?

 Pasar de un estilo a otro en el caso de grupos que han triunfado por ser diferentes es algo delicado. Uno no abandona tan fácilmente a los fans que le han aupado, no al menos a la primera de cambio, arriesgándose a fracasar ante un público más amplio. Quizá lo que algunos grupos deseen en realidad sea gustar a más gente manteniendo a los primeros seguidores. Muchos creerán que “evolucionan”, abriendo sus horizontes con respecto a la visión más cerrada de sus inicios, y que quienes critican esta transformación son sólo los fans más cerrados de mente. Otros optan por pasar a otra cosa, después de muchos años haciendo lo mismo, lo cual necesariamente lleva a un giro drástico en la línea musical, sobre todo en los estilos más extremos, pero curiosamente el cambio siempre suele ser hacia un rock más o menos convencional, nunca hacia otro estilo más ambicioso o experimental. Quizá todos ellos, sencillamente, se hagan viejos.

 Esta mención a la vejez es quizá lo que puede darnos la clave. Los grupos que se han hecho realmente grandes, todos ellos pioneros del metal en sus inicios, empezaron siendo invariablemente jóvenes, jovencísimos incluso. Podemos afirmar sin equivocarnos que el metal, sobre todo el más extremo, es un género forjado por adolescentes, por músicos que deseaban romper con todo, empezando por el propio metal, es decir, con la idea establecida que se tenía del mismo. Jóvenes como éstos son los que inventaron todos los subestilos, siempre en conflicto con los anteriores, asumiéndolos, pero recrudeciéndolos siempre. Entre 1980 y 1995, cada nuevo grupo reivindicaba ser más duro, más rápido y más “serio” que los anteriores, y los que fueron pioneros absolutos en su momento no tardaron en convertirse en clásicos (sinónimo de “antiguos”, a fin de cuentas) en cuestión de muy poco tiempo.

 En un contexto como el metal extremo, es muy difícil mantenerse en la cresta de la ola de la extremidad durante mucho tiempo sin verse superado por los que vienen después. La disyuntiva frente a la que se encuentran los grupos ya consagrados es compleja: deben escoger entre permanecer “fieles a su estilo” y probablemente encasillarse o “innovar” y arriesgarse a perder el norte, alejándose de aquello que los hizo originales y sublimes en sus comienzos. Muy pocos logran evitar el estancamiento y al mismo tiempo seguir resultando originales, sin acabar sonando a algún derivado más o menos logrado del rock (probablemente, el único ejemplo válido sería Bathory, que durante su carrera dio aliento a dos subgéneros, black y viking metal, cuando las etiquetas aún estaban por definir). Ambas opciones mencionadas acaban siendo criticadas, normalmente la segunda más que la primera, generalmente por el sector de fans más exigente y reducido, cosa que no parece molestar demasiado a los grupos que se decantan por alguna de las dos en sus vertientes menos ambiciosas, es decir, a la gran mayoría de grupos de metal.

 Entre los grupos grandes pero secundarios generalmente se tiende a perseverar dentro del mismo estilo, lo cual, en comparación, es loable aunque suponga arriesgar muy poco. Sin embargo los grupos pioneros que llegan a lo más alto, con pocas excepciones, acaban optando siempre por un sonido más fácil y abierto, dirigido a un público más vasto, en las antípodas de sus primeras creaciones feroces y sin compromisos. Sin desestimar del todo el típico reproche de fan gruñón según el cual todos los grupos importantes “se han vendido”, deberíamos intentar ponernos en la piel de unos jovencitos abrumados por su propio éxito que, sorprendidos por haber triunfado (en términos relativos) haciendo música que inicialmente gustaba a poca gente, buscan afianzar dicho triunfo, pasando sin darse cuenta a proceder del modo opuesto, intentando gustar, lo que irremediablemente lleva a drásticos cambios de estilo, con resultados que saltan a la vista si analizamos la evolución a largo plazo de grupos como Sepultura, Kreator o Enslaved.

 Anteriormente hemos dicho que, en cierto modo, todos los grupos famosos se hacen viejos antes o después. Eso no significa sencillamente que, por pura repetición, su música se vuelva redundante, o que degenere con el paso del tiempo. Por “hacerse viejo” debemos entender, sobre todo, que los artistas que dan vida a dichos grupos pasan de ser adolescentes entusiasmados sin nada que perder a adultos con un filón económico por explotar. La vejez de un grupo de metal con éxito llega cuando el arte se convierte en show business y la pasión juvenil se torna en profesión. Los músicos siguen siendo los mismos, de ahí que los regresos a un sonido añejo generalmente den como resultado discos más decentes (ahí está el World Painted Blood de Slayer), pero la llama juvenil e intransigente se apagó hace tiempo. En la mayoría de los casos, se continúa por pura inercia o por rentabilidad; en realidad, tras la fachada de grupo de thrash, death o black metal se esconde una mentalidad típica de grupo de rock convencional.

 Los grupos pioneros, los que han llegado a la cima creando géneros e innovando en el marco del heavy metal, tienen en su haber más temprano discos que son indiscutiblemente magníficos e imprescindibles, y en algunos casos aún dan excelentes conciertos, pero si tengo que elegir personalmente me quedo con los segundones, los que llegaron después y no inventaron ningún género pero sí un estilo personal, los que después de veinte años siguen haciendo lo mismo y a veces incluso lo mejoran con un disco redondo en plena madurez. Estoy hablando de Asphyx, Bolt Thrower, Avzhia, Ungod o Cianide. Ellos son los que de verdad sienten lo que hacen, los que se esfuerzan por crear sin que les importen más los imperativos económicos que su visión artística, que echó raíces en su interior durante su temprana adolescencia. Ellos son lo más parecido a la idea de un artista auténtico que busca expresarse dentro de los registros del metal más duro, son los que dan los mejores conciertos, y quienes, al fin y al cabo, merecen la pena de verdad.


Belisario, agosto de 2012





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